San
Pío de Pietrelcina, modelo y estímulo en la nueva evangelización
Quince
días van a separar la fiesta litúrgica de San Pío de Pietrelcina (23 de
septiembre) y el inicio del Sínodo de Obispos sobre «La nueva evangelización
para la transmisión de la fe cristiana» (7 de octubre). Pero, ¿hay alguna
relación entre estos dos hechos? La podemos encontrar.
En
el Padre Pío, al menos desde su ingreso en la Orden capuchina el 6 de enero de
1903, a la edad de 15 años, hasta su muerte, acaecida el 23 de septiembre de
1968, sus deseos nunca quedaron en meros proyectos. Por lo mismo, las palabras
que escribió a uno de sus dos directores espirituales, el padre Agustín, el 6
de mayo de 1913, cuando tenía sólo 25 años: «Quisiera volar para invitar a
todas las criaturas a amar a Jesús, a amar a María», y las que le había escrito
un año antes, el 1 de mayo de 1912: «Quisiera tener una voz muy fuerte, capaz
de invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a María», nos garantizan
poder encontrar en él un óptimo «modelo y estímulo en la nueva evangelización».
En
el Padre Pío no busquemos la terminología precisa que nos exigimos en la
actualidad: evangelización, nueva evangelización, pastoral, pastoral de
iniciación, pastoral catequética, pastoral de alejados, salvación, salvación de
las personas y de las estructuras de la sociedad… Sus preocupaciones se
centraron siempre en lo importante. Y, en el ministerio, buscó, y de forma
decidida e incansable, el objetivo último de todo lo anterior: la salvación de
las almas. Un término que, para él, encerraba el mismo contenido de los que
nosotros usamos hoy: una salvación que culmina, sí, en el cielo, pero que
comienza y se vive en esta tierra; una salvación que es para un ser, el hombre,
formado de alma y cuerpo, y que vive en una sociedad, que puede ofrecerle
ayudas o estorbos en esa salvación.
Las
motivaciones para buscar que todas las criaturas amen a Jesús y amen a María y,
como consecuencia, salven su alma, el Padre Pío las tenía muy fijas en su mente
y mucho más en su corazón. Entre otras,
habría que señalar tres, que las encontramos en dos frases del Santo:
-
En carta al padre Benedicto de 20 de noviembre de 1921, después de referirse al
volcán de amor que Jesús ha encendido en su corazón, el Padre Pío le dice:
«Todo se compendia en esto: estoy devorado por el amor de Dios y el amor del
prójimo».
-
Y entre los mensajes que el Capuchino ofrecía a los fieles antes del rezo
diario del Ángelus, encontramos éste: «Recordemos que el Corazón de Jesús nos
ha llamado no sólo para nuestra santificación, sino también para santificación
de otras almas. Él quiere ser ayudado en la salvación de las almas».
En
concreto: el Santo de Pietrelcina, devorado por el amor de Dios, que, como
escribe San Pablo, «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad»; devorado por un amor del prójimo que le urge a ofrecer a los hombres
todo lo que les beneficia y, de modo especial, «la perla de gran valor»: el
Reino de Dios; y consciente de que el Señor, además de llamarle a buscar la
santificación de otras almas, le ha confiado, como afirma en una carta de
noviembre de 1922, una «misión grandísima», no puede menos de entregarse con
todas sus posibilidades a las más variadas formas de apostolado, tanto que
podríamos llamarle, como a Francisco de Asís, el fundador de la Orden religiosa
en la que se santificó y ejerció el ministerio sacerdotal, «el hombre todo
apostólico».
¿Qué
formas de apostolado ejercitó el Padre Pío? Muchas y tan variadas, como acabo
de indicar, que es difícil enumerar todas. En relación a las mismas hay que
decir:
-
Que la realidad y la eficacia pastoral de algunas las comprendemos sin
dificultad; como: el ejemplo de una Misa celebrada cada día «humildemente», en
expresión de Pablo VI; la acogida con amor paternal en el confesonario, «de la
mañana a la noche» en palabras del mismo Papa, a hombres y mujeres venidos de
todo el mundo; el testimonio y la invitación a la devoción mariana de quien
llevaba siempre el rosario en la mano y repetía una y otra vez: «Amad a la
Virgen, haced que la amen, rezad siempre el rosario»; los mensajes, llenos de
unción y de exigencia evangélica, que dirigía a los fieles antes del rezo del
Ángelus a mediodía y al atardecer; las cartas de dirección espiritual que,
entre los años 1910 y 1923, dirigió a destinatarios muy diversos y que,
publicadas en cuatro gruesos volúmenes, siguen ofreciendo una muy rica
espiritualidad a los que se acercan a ellas; los escritos que, redactados por
sus “secretarios”, en muchos casos después de consultarle el contenido de los
mismos, y bendecidos por él, salían hacia los cinco continentes, en respuesta a
los cientos de cartas que le llegaban pidiéndole oraciones, consejos,
curaciones…, la bendición; las incontables estampas que, con un breve mensaje
espiritual suyo al reverso, fue entregando a sus devotos a lo largo de su vida…
-
Que en aquellas cuya eficacia sólo se descubre a la luz de la fe, el Padre Pío
nos ofrece una valiosa ayuda en los mensajes de sus cartas. En referencia a la
oración, por ejemplo, escribe: «Las oraciones que tú me pides no te faltan
nunca porque no puedo olvidarme de ti… a quien he dado a luz a la vida de Dios
con el dolor más intenso del corazón». ¿Tenían sentido sus lágrimas de dolor y
arrepentimiento? Éstas son sus palabras: «Tengo que decirte que Jesús tiene
necesidad de quien llore por la iniquidad de los hombres y por este motivo me
lleva por los caminos del sufrimiento». Pablo VI le llamó: «Hombre de
sufrimiento»; y, si deseó y pidió al Señor la gracia de sufrir, fue por este
motivo: «Él se elige algunas almas, y entre ellas, aunque soy totalmente
indigno, ha elegido la mía, para ser ayudado en la gran empresa de salvar a los
hombres. Y cuanto más sufren estas almas sin consuelo alguno, más se aligeran
los sufrimientos del buen Jesús. He aquí el motivo por el que deseo sufrir cada
día más y sin consuelo alguno». No podemos olvidar su ofrenda, tantas veces
repetida y actualizada en cada Misa, de víctima por la salvación de todos. Lo
hacía con este deseo: «Enciende, Jesús, aquel fuego que viniste a traer a la
tierra, para que, consumido por él, me inmole sobre el altar de tu caridad,
como holocausto de amor, para que reines en mi corazón y en el corazón de
todos; y de todos y de todas partes se eleve hacia ti un mismo cántico de
alabanza, de bendición, de agradecimiento por el amor que nos has demostrado»…
-
Que la realidad y la eficacia de otras, como la de la “bilocación”, nos
quedarán, al menos en gran medida, en el misterio. La bilocación que le
aconteció el 18 de enero de 1905, a los 17 años de edad, la cuenta él mismo al
padre Agustín, su confesor de entonces. En cartas de dirección espiritual deja
constancia de al menos cuatro bilocaciones, con un detalle muy significativo:
pedir a los destinatarios, al parecer nada obedientes, que rompan esas cartas
nada más leerlas. En junio de 1921, aunque con mucha repugnancia, tiene que
hablar de otras bilocaciones porque el Visitador apostólico enviado por la
Santa Sede, el carmelita Rafael Carlos Rossi, así se lo exige. Y son muchos los
testimonios que afirman haber sido visitados o haber visto al Padre Pío fuera
de San Giovanni Rotondo e incluso fuera de Italia y de Europa.
El
Padre Pío no se contentó con ser él un instrumento del Señor en la salvación de
las almas; ayudó a otros muchos a serlo. Les recalcaba la misión apostólica
propia de todo bautizado; les aconsejaba los medios sencillos de apostolado que
están al alcance de todos; y no olvidaba los que nos permiten llegar a todo el
mundo.
Sirvan
estos tres ejemplos:
-
A sus Grupos de Oración les pedía, como fruto de la oración, ser en medio del
mundo «levadura de Evangelio y faros de amor».
-
A los médicos del hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”, promovido por él en
San Giovanni Rotondo, les insistía: «Vosotros, los médicos… tenéis la misión de
curar al enfermo; pero, si no lleváis amor al lecho del enfermo, no creo que
las medicinas sirvan de mucho… Sed portadores de Dios para los enfermos; eso
será más útil que cualquier otro cuidado».
-Y
repetía con frecuencia: «Salvar almas orando siempre».
Elías
Cabodevilla Garde, sacerdote
capuchino.
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