Jesús, el
hombre de los dolores, querría que todos los cristianos le imitaran. Ahora
bien, Jesús me ofreció este cáliz también a mí; y yo lo acepté; y he aquí por
qué no me priva de él. Mi pobre sufrir no sirve para nada; pero Jesús se
complace en él, porque lo amó tan intensamente aquí en la tierra. Por eso, en
ciertos días especiales, en los que él sufrió más intensamente en esta tierra,
me hace sentir el sufrimiento incluso con más fuerza.
¿No debería
bastarme esto solo para humillarme y para buscar vivir escondido a los ojos de
los hombres, porque he sido hecho digno de sufrir con Jesús y como Jesús?
¡Ah!, padre
mío, siento que mi ingratitud a la majestad de Dios es demasiado grande.
(1 de
febrero de 1913, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 334)
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