«Se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios
bajaba como una paloma y se posaba sobre él» (Mt 3,16)
El Padre Pío, siendo todavía niño, tuvo una experiencia extraordinaria de la tercera Persona de la santísima Trinidad, «el dulce huésped de las almas», el Espíritu Santo.
El día de la confirmación, el Espíritu Santo le concedió experimentar tan «dulces mociones» que, a la distancia de los años, ante el recuerdo de las mismas, se sentía «quemar entero por una llama vivísima, que quema, derrite y no causa sufrimiento».
Cultivó siempre una grandísima devoción al Espíritu Paráclito que, con una actuación sabia, discreta, suave y continua, derramó en él, abundantes, sus dones.
El Siervo de Dios quería que sus hijos espirituales tomasen conciencia de la dignidad de ser templos de este Espíritu. Les exigía un comportamiento personal de gran respeto al Espíritu santificador y de atención constante para acoger sus frutos de luz, de amor, de fuerza, de paz, de gozo, de paciencia, de delicadeza, de bondad, de cortesía, de mansedumbre y de fidelidad.
En efecto, sus cartas comenzaban con frecuencia con un saludo de augurio que era una verdadera y real invocación al Espíritu Santo, y contenían exhortaciones vibrantes a colaborar con docilidad en las obras divinas que el Espíritu de Dios realiza en el alma que se abre a él.
He aquí algunos ejemplos:
«La gracia del Espíritu Santo os ayude a santificaros» (Epist. I,442).
«El divino Espíritu le colme de sabiduría celestial y le haga santo» (Epist. I,507)
«El Espíritu le santifique y le ilumine cada vez más sobre los bienes eternos, reservados para nosotros por la bondad del Padre del cielo» (Epist. I,547).
«El Espíritu Santo le llene de sus santísimos dones y le conceda probar por anticipado los gozos de las moradas eternas» (Epist, I,564).
«Las llamas del amor divino quemen en usted todo lo que no sabe a Jesús. El divino Espíritu, con su gracia, le fortalezca siempre con nuevos ánimos para afrontar con tranquilidad y calma la guerra que le hacen los enemigos» (Epist I,586).
«La gracia del Espíritu Santo sobreabunde cada día más en tu corazón, te clarifique la mente más y más para los pensamientos eternos, y te fortalezca continuamente para alcanzar el sumo Bien» (Epist. IV,577).
«Nunca dé lugar en su corazón a la tristeza, que no es conforme con el Espíritu Santo derramado en su corazón» (Epist. II,237).
«Deje que él (el Padre del cielo) disponga de usted como mejor le plazca: dé libertad plena a la libre actuación del Espíritu Santo, esforzándose por reproducir en su vida las virtudes cristianas y, con preferencia sobre todas las demás, la santa humildad y la caridad cristiana» (Epist. III,79).
«Si nos apremia llegar cuanto antes a la bienaventurada Sión, alejemos de nosotros toda inquietud y solicitud al soportar las inquietudes espirituales y temporales de cualquier parte que puedan venirnos, porque son contrarias a la libre operación del Espíritu Santo» (Epist. III,537).
(Tomado de LA VIDA DEVOTA DEL PADRE PÍO, de Gerardo di Flumeri)
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