No
des lugar en tu alma a la tristeza, porque ella impide la libre actuación del
Espíritu Santo. Y si, no obstante, queremos entristecernos, entristezcámonos
entonces, pero hagamos de tal manera que nuestra tristeza sea santa, viendo el
mal que se va expandiendo cada vez más por la sociedad hodierna. ¡Oh cuántas
pobres almas van cotidianamente apostatando de Dios, nuestro bien supremo!
El
no querer someter el propio juicio al de los demás, máxime al de quien es
experto en las cosas en cuestión, es signo de poca docilidad, es signo muy
manifiesto de secreta soberbia. Tú misma lo sabes y lo compartes conmigo; por
tanto, date ánimo, evita las recaídas, mantente bien atenta ante este maldito
vicio, sabiendo cuánto le desagrada a Jesús, porque está escrito que «Dios resiste a los soberbios y da su gracia
a los humildes».
(26 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase –
Ep.II, p. 245)