Camina siempre, mi buena hija, al
mismo paso, y no te inquietes si éste te parece lento; si tu intención es buena
y decidida, no cabe más que caminar bien. No, mi queridísima hija, para el
ejercicio de las virtudes no es necesario estar siempre, y de forma expresa,
atenta a todas; esto sin duda enredaría y complicaría demasiado tus
pensamientos y tus afectos.
En resumen, puedes y debes estar
tranquila, porque el Señor está contigo y es él el que obra en ti. ¡No temas
por encontrarte en la barca en la que él duerme y te deja! Abandónate
totalmente en los brazos de la divina bondad de nuestro Padre del cielo y no temas,
porque tu temor sería tan ridículo como el que pueda sentir un niño en el
regazo materno.
(18 de mayo de 1918, a María Gargani – Ep.
III, p. 315)
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