Jesús
niño te inspire cada día más amor al sufrimiento y más desprecio al mundo; su
estrella ilumine cada vez más tu mente; y su amor transforme tu corazón y lo
haga más digno de sus divinas complacencias.
Con
estos deseos muy sinceros, que, en estos días, repetidamente, voy presentando
ante Jesús niño en tu favor, comienzo mi respuesta a tu última carta, que me
llegó en su momento. Quiera Jesús escucharlos todos.
Me
alegro del modo de actuar de la gracia en ti; y, al mismo tiempo que me
congratulo contigo, me uno también a ti al bendecir a la piedad divina por
tanta predilección como te manifiesta. Por tanto, ensancha tu corazón y deja
que el Señor obre libremente. Abre tu alma al sol divino y busca que sus rayos
benéficos disipen de ella las tinieblas con las que el enemigo con frecuencia
la va obscureciendo.
Te
recomiendo la obediencia sin razonamientos a quien ocupa el lugar de Dios. El
alma obediente – dice el Espíritu Santo – cantará victoria ante Dios. Tente
siempre por un absoluto nada ante el Señor. Y ten siempre gran estima de todos,
y de modo especial de aquellos que aman a Dios más que tú; y alégrate de esto,
pues, el amor que tú no has sido capaz de ofrecer a Dios, le viene dado por
otras almas más queridas y más fieles a él.
(Sin fecha, a María Gargani –
Ep. III, p. 388)