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martes, 18 de febrero de 2014

Rugidos y susurros…


La escucha, es la clave importante de cualquier relación. Y no se refiere sólo al sentido del oído: ¡se escucha con la mirada, con los ojos, con los gestos y movimientos de nuestro cuerpo, y de manera especial con el corazón! En una palabra es un arte, y como cualquier arte hay que aprenderlo, practicarlo y cada uno le tiene que dar su estilo propio, su color, su profundidad y su belleza. San Pablo nos recuerda que la misma fe no puede no nacer que de la escucha: “La fe, por lo tanto, nace de la predicación” (Rm 10,17), y entre las palabras más recurrentes del Antiguo Testamento está exactamente: “escucha ... Israel”. Dios mismo, el Altísimo, se le invoca con apremiantes peticiones para que escuche las oraciones de sus hijos (cit. Ex 2,23) y Él mismo viene definido como “Aquél que escucha el grito de su pueblo” (Ex 2,24). Jesús compara a los “suyos” con ovejas que escuchan la voz del pastor (cit. Jn 10,27) y finalmente la Iglesia, es decir, nosotros, es precisamente la comunidad que escucha al Espíritu (cit. Ap 2,7.11.17; 3,6.13) y su Palabra (cit. Hch 15,7;28,28).

Se dice, y es absolutamente verdad, que vivimos en la sociedad de la imagen, y no es ninguna contradicción afirmar que tenemos que escuchar también las imágenes y los sonidos que las definen, las comentan y las exaltan.

El 10 de diciembre pasado, en su mensaje del Día Mundial contra el hambre en el mundo, organizado por Caritas internationalis, el Papa Francisco, con fuerza y con pasión, nos ha recordado que en este nuestro tiempo, orgulloso por las muchas metas tecnológicas científicas y sociales alcanzadas, se levanta enérgico el “rugido de los pobres”, y son muchos todavía los que no sólo no pueden sentarse en el banquete del bienestar sino que además ni siquiera recogen las migajas.

El vaso de las sociedades opulentas que, una vez lleno tendría que de por sí solo derramarse sobre todos, inexplicablemene se vuelve cada vez más grande y espacioso y ni siquiera una gota corre sobre los muchos desiertos que contrariamente aumentan.

Inicia un nuevo año que deseamos que sea para todos portador de una mayor serenidad, bienestar, justicia y superación de los muchos desequilibrios que contrastan nuestro siempre fascinante “planeta azul”.

Tenemos, por lo tanto, que intentar empezar con la escucha: el rugido de los pobres y el susurro de Dios; a menudo repetía el Padre Pío que sentía que se le despedazaba el corazón y el alma sólo pensando en las muchas miserias materiales y espirituales que los hombres vaciaban en su confesonario. Las escuchaba, las recordaba, se las presentaba al Señor y encontraba respuestas concretas y eficaces. Su oído, sin embargo, se había vuelto sensible y atento al rumor de las grandes aguas de los corazones de los hombres, exactamente y sólo porque no se paraba de inclinarlo constantemente al susurro de Dios.

Un tiempo nuevo, entonces para que respondamos también nosostros, cada uno come sabe y puede a aquellos “rugidos” y al susurro “Suyo”.  

Fr. Mariano Di Vito, OFM Cap.
La voz del Padre Pío n.1, 2014

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