CANONIZACIÓN DEL BEATO PÍO DE PIETRELCINA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Plaza de San Pedro, domingo 16 de junio de 2002
1. "Mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11, 30).
Las palabras de Jesús a los discípulos que acabamos de escuchar nos
ayudan a comprender el mensaje más importante de esta solemne
celebración. En efecto, en cierto sentido, podemos considerarlas como
una magnífica síntesis de toda la existencia del padre Pío de
Pietrelcina, hoy proclamado santo.
La imagen evangélica del
"yugo" evoca las numerosas pruebas que el humilde capuchino de San
Giovanni Rotondo tuvo que afrontar. Hoy contemplamos en él cuán suave es
el "yugo" de Cristo y cuán ligera es realmente su carga cuando se lleva
con amor fiel. La vida y la misión del padre Pío testimonian que las
dificultades y los dolores, si se aceptan por amor, se transforman en un
camino privilegiado de santidad, que se abre a perspectivas de un bien
mayor, que sólo el Señor conoce.
2. "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Ga 6, 14).
¿No es precisamente el "gloriarse de la cruz" lo que más resplandece en
el padre Pío? ¡Cuán actual es la espiritualidad de la cruz que vivió el
humilde capuchino de Pietrelcina! Nuestro tiempo necesita redescubrir
su valor para abrir el corazón a la esperanza.
En toda su
existencia buscó una identificación cada vez mayor con Cristo
crucificado, pues tenía una conciencia muy clara de haber sido llamado a
colaborar de modo peculiar en la obra de la redención. Sin esta
referencia constante a la cruz no se comprende su santidad.
En
el plan de Dios, la cruz constituye el verdadero instrumento de
salvación para toda la humanidad y el camino propuesto explícitamente
por el Señor a cuantos quieren seguirlo (cf. Mc 16, 24). Lo
comprendió muy bien el santo fraile del Gargano, el cual, en la fiesta
de la Asunción de 1914, escribió: "Para alcanzar nuestro fin último es
necesario seguir al divino Guía, que quiere conducir al alma elegida
sólo a través del camino recorrido por él, es decir, por el de la
abnegación y el de la cruz" (Epistolario II, p. 155).
3. "Yo soy el Señor, que hago misericordia" (Jr 9, 23).
El padre Pío fue generoso dispensador de la misericordia divina,
poniéndose a disposición de todos a través de la acogida, de la
dirección espiritual y especialmente de la administración del sacramento
de la penitencia. También yo, durante mi juventud, tuve el privilegio
de aprovechar su disponibilidad hacia los penitentes. El ministerio del
confesonario, que constituye uno de los rasgos distintivos de su
apostolado, atraía a multitudes innumerables de fieles al convento de
San Giovanni Rotondo. Aunque aquel singular confesor trataba a los
peregrinos con aparente dureza, estos, tomando conciencia de la gravedad
del pecado y sinceramente arrepentidos, volvían casi siempre para
recibir el abrazo pacificador del perdón sacramental.
Ojalá que
su ejemplo anime a los sacerdotes a desempeñar con alegría y asiduidad
este ministerio, tan importante también hoy, como reafirmé en la Carta a
los sacerdotes con ocasión del pasado Jueves santo.
4. "Tú, Señor, eres mi único bien".
Así hemos cantado en el Salmo responsorial. Con estas palabras el nuevo
santo nos invita a poner a Dios por encima de todas las cosas, a
considerarlo nuestro único y sumo bien.
En efecto, la razón
última de la eficacia apostólica del padre Pío, la raíz profunda de tan
gran fecundidad espiritual se encuentra en la íntima y constante unión
con Dios, de la que eran elocuentes testimonios las largas horas pasadas
en oración y en el confesonario. Solía repetir: "Soy un pobre fraile
que ora", convencido de que "la oración es la mejor arma que tenemos,
una llave que abre el Corazón de Dios". Esta característica fundamental
de su espiritualidad continúa en los "Grupos de oración" fundados por
él, que ofrecen a la Iglesia y a la sociedad la formidable contribución
de una oración incesante y confiada. Además de la oración, el padre Pío
realizaba una intensa actividad caritativa, de la que es extraordinaria
expresión la "Casa de alivio del sufrimiento". Oración y caridad: he
aquí una síntesis muy concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy
se vuelve a proponer a todos.
5. "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque (...) has revelado estas cosas a los pequeños" (Mt 11, 25).
¡Cuán apropiadas resultan estas palabras de Jesús, cuando te las aplicamos a ti, humilde y amado padre Pío!
Enséñanos también a nosotros, te lo pedimos, la humildad de corazón,
para ser considerados entre los pequeños del Evangelio, a los que el
Padre prometió revelar los misterios de su Reino.
Ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos.
Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
Sostennos en la hora de la lucha y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.
Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.
Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria feliz, a donde
esperamos llegar también nosotros para contemplar eternamente la gloria
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.