Desaparición
de las llagas.
Las llagas fueron el más
fehaciente testimonio, las mejores cartas credenciales, que ofreció el padre
Pío para acreditar ante el mundo la Grandísima Misión que Dios le había
encomendado. Cuando esta Misión se cumplió, las llagas desaparecieron.
¿Cómo ocurrió fenómeno tan
extraordinario?
El hecho de la desaparición
de las llagas es absolutamente cierto. Antes de morir, no sólo desaparecieron
las llagas del padre Pío, sino que no dejaron ni la menor huella de cicatriz en
los lugares donde anteriormente estuvieron. Consta todo esto de forma
incontrovertible, por los testimonios siguientes:
·
Por muchas
fotografías obtenidas por diferentes fotógrafos en diversas ocasiones.
·
Por el
testimonio del médico asistente al amortajamiento del cuerpo muerto del padre
Pío.
·
Por el
testimonio unánime de los religiosos que presenciaron el amortajamiento.
En efecto, poseemos una
documentación filmística realizada el día 22 de septiembre por el profesor
Francisco Lotti, médico quirurgo de la Casa Sollievo, que fotografió en film la
última misa celebrada por el padre Pío.
El operador se hallaba a
corta distancia del celebrante y pudo recoger en película de colores la
completa desaparición de las costras o postillas que antes aparecían sobre el
dorso de las manos; la epidermis se presentaba ahora rosácea, íntegra, sin
señal alguna de serosidades hemáticas, esto es, de sangre coagulada; la
superficie del dorso de la mano derecha no presentaba en las fotografías ni
lesiones, ni coágulos hemáticos, ni resto alguno de cicatriz.
Por el contrario, la palma
de la mano izquierda presentaba restos de sangre o, para ser más exactos, una
costra hemática con el aspecto característico de una mancha roja oscura,
redondeada, aproximadamente de dos o tres centímetros de diámetro[1]. (Esta costra se
desprendió después, sin dejar tampoco señal alguna de cicatriz).
Este mismo resultado fue
obtenido por las numerosas fotografías conseguidas en la misma ocasión por el
fotógrafo Elías Stellato.
A las veinte horas de
obtenidas, se hizo el reconocimiento detallado del cuerpo del padre Pío, ya
difunto; intervino también un fotógrafo, el padre Giacomo de Montemarao,
fijándose principalmente en los lugares donde había tenido llagas; se observa
claramente en estas fotografías, que se han hecho públicas, la ausencia, no
sólo de costras o de coágulos hemáticos secos, sino la carencia del más leve
rastro de cicatriz; la piel aparece limpia y tersa, como si nunca hubiera
habido llagas o heridas de ningún género. El testimonio fotográfico no puede
ser más terminante y claro.
El médico que presenció el
amortajamiento no puede menos de confirmar, de manera total, lo que muestran
las fotografías. Dice así el doctor Sala:
“Diez minutos después de muerto, las manos, los
pies, el tórax del padre Pío, sostenidos por mí, como resulta de la presencia
de mis manos en las fotografías
realizadas, fueron fotografiados por un religioso en
presencia de otros cuatro hermanos”.
“Las manos, los pies y el tórax y cualquier otra
parte del cuerpo, no presentaban relieves de heridas, ni había huellas de
cicatrices en el dorso de las manos y de los pies, o en las palmas de las
manos, o en las plantas de los pies, o en el costado; allí, donde durante su
vida eran bien visibles y bien delineadas las heridas, ahora no se percibía el
menor detalle”.
“En conclusión: las palmas y el dorso de las manos,
el dorso y las plantas de los pies, y el emitórax izquierdo tenían el cutis
normal, íntegro, de color uniformemente igual al resto del cuerpo. Estos
relieves de las llagas que tenía durante su vida y que han desaparecido
totalmente a su muerte, deben considerarse como un hecho fuera de toda
tipología de comportamiento clínico y de carácter extranatural[2]”.
Valgan por los cuatro
religiosos que presenciaron el amortajamiento del padre Pío, la constatación
del propio Superior, el padre Carmelo de San Giovanni in Galdo, quien afirma lo
siguiente:
“Apenas muerto el padre Pío, en la mañanita del día
23 de septiembre de 1968, consciente de que tendría que dejar una constatación
oficial y autorizada de todos estos acontecimientos referentes al padre Pío,
quise, de propósito, juntarme con otros testigos, observar de cerca las llagas
y, en efecto, debo atestiguar que las manos no se presentaban como en otras
ocasiones las había visto, sino que las heridas, tanto de las manos como de los
pies y del costado, habían desaparecido completamente sin dejar señal ni huella
de cicatrices”.
“Este fenómeno tan extraño presenta aspectos
verdaderamente misteriosos, sea que nos fijemos en la simple ausencia de las
llagas, como en la carencia de cualquier señal o rastro de cicatriz que,
naturalmente, debía haber quedado”.
“La noche del 23 de septiembre de 1968, al practicar
los piadosos deberes que se acostumbran hacer con todos los religiosos
difuntos, se separó de la mano izquierda del padre una pequeña película blanca,
último resto de la sangre derramada”.
“Otra película parecida a ésta, pero mucho mayor,
cayó de sus manos en la sacristía la mañana del día precedente, 22 de
septiembre, en el momento en que el padre Pío se quitaba los guantes para
celebrar la santa misa”.
“La una y la otra se conservan en el archivo
conventual de San Giovanni Rotondo[3]”.
El padre Superior impuso a
los religiosos, bajo precepto grave de obediencia, el no tocar para nada las
manos, los pies y el costado del padre Pío, a fin de no dar ningún posible
motivo para hacer manifestación alguna sobre la desaparición de las llagas.
¿Cuándo
desaparecieron las llagas?
Nos adelantamos a exponer el
parecer del padre Superior, testigo bien cualificado de todo esto.
“Las llagas del padre Pío, dice, comenzaron a cerrarse y a reducir la
afluencia de sangre dos o tres meses antes de su muerte, hasta que el día de su
defunción se cerraron de tal forma que no dejaron ni el menor vestigio de
cicatriz[4]”.
El médico, don José Sala,
nos confirma en lo mismo:
“Las manos y los pies del padre Pío estaban siempre
hinchados, mientras tenían las llagas, en particular los pies, y principalmente
el izquierdo, pero no con el color cárdeno azulado, cianítico que deberían
tener”.
“Sólo algunos meses antes de la muerte se
presentaban los pies secos y no se notaban ya los relieves anteriormente
marcados por las llagas, hasta el momento al que nos hemos referido”.
“Las manos mantuvieron las características de siempre,
con los realces o prominencias claras, hasta los días anteriores a la muerte[5]”.
El padre Pellegrino, por su
cuenta, nos proporciona estos interesantes datos:
“En los tres últimos años de su vida, estuve yo
junto a él y he podido notar cómo iba desapareciendo de los pies la esquimosis
o costra formada por la sangre coagulada. Tenía el padre una sensibilidad
extraordinariamente fina en los pies, de tal forma que sentía yo verdadero
pánico cuantas veces me veía en la precisión de ponerle o de acomodarle las
sandalias; bastaba pasar ligeramente un dedo sobre el dorso de los pies, para
causarle un dolor que se traslucía en seguida en una mueca de sufrimiento en su
rostro”.
“Los que estábamos encargados de atender al padre
Pío, es decir, el padre Honorato, el padre Alejo y yo, habíamos notado que los
pañuelitos con que se cubría la llaga del costado los entregaba cada vez con
menos manchas de sangre”.
“El día 22 de septiembre de 1968, mientras el padre
Pío celebraba la última misa, cayeron de sus manos postillas o costras casi
totalmente blancas; es decir, no hay color de sangre. La mañana del día 23,
mientras el doctor Sala y yo preparábamos su cuerpo exánime, cayó de su mano
izquierda la última postilla[6]”.
Por lo demás, hay un
testimonio afirmativo terminante sobre la existencia de sus llagas; data del
mes de febrero de este año de 1968; es del padre Alejo:
El padre Pío había sufrido uno de aquellos vértigos
o desmayos que le daban ya con cierta frecuencia; estaba en este momento con
las manos sin guantes y, al ayudarlo, se las vi claramente empapadas en
sangre”.
“Las llagas, vistas desde la parte superior de las
manos, eran profundas como de un centímetro y estaban cubiertas de una amplia y
espesa costra; en estas llagas pude observar sangre semicoagulada que limpié
con mucho cuidado y delicadeza. No me esmeré demasiado en limpiar toda la
sangre coagulada porque me di cuenta de que cualquier tacto o movimiento le
producían espasmos y dolores muy fuertes[7]”.
El padre Pellegrino, por su
parte, atestigua haber visto muchas veces las llagas de las manos del padre
Pío. De la llaga del costado nos dice lo siguiente, sin hacer mención exacta
del mes o del día en que la vio; sólo afirma que este suceso ocurrió en 1968:
“Sólo una vez tuve la fortuna de ver la llaga del
costado en 1968; un día en el que el padre Pío tuvo la necesidad de acomodarse
la elástica y no tuvo más remedio que descubrirse el torso; era una llaga de
unos siete centímetros de longitud por dos o tres de anchura; me pareció muy
profunda; en aquel momento no derramaba sangre[8]”.
Durante este año 1968, las
fuerzas y las energías del padre Pío iban cayendo de forma vertical. En los
últimos días de marzo no pudo celebrar la misa, “porque no podía arrastrar los
pies”. En julio sufrió un colapso alarmante. Un mes antes de la muerte del
padre, se difundió, entre los asistentes a su misa, el rumor de que iban
desapareciendo, poco a poco, las llagas de sus manos; notaban que el padre Pío,
antes tan cuidadoso y hasta celoso en esconder las llagas de sus manos con las
mangas del alba, dejaba ahora que sus manos se pudieran ver libremente. El
padre Pellegrino declara que, en los últimos meses, ya no derramaba sangre
propiamente dicha de sus llagas, sino suero sanguíneo sin coágulos rojos.
Nota el padre Carmelo, su
Superior, que, un mes antes de su muerte, al tomarle o besarle las manos, no
notaba ya las costras o relieves de sangre que antes tan claramente sobresalían
en el dorso o en la palma de la mano, bajo los guantes. De la llaga del costado
quedó, antes de morir, una línea roja como si fuera marcada con tiza o lápiz
rojo, que, al final, también desapareció[9].
¿Por
qué causa desaparecieron las llagas del padre, al morir?
¿Qué pensar ahora del
proceso de la desaparición de las llagas? ¿Por qué desaparecieron las llagas
precisamente en los días anteriores a su muerte, hasta no dejar la menor huella
ni rastro alguno de cicatriz?
Ante todo, dejemos
consignado el parecer del médico que lo asistió:
“Estos relieves o resaltes de las llagas que el
padre Pío tenía durante su vida y que desaparecieron a su muerte, se deben
considerar como un hecho extraño a toda tipología de procedimiento clínico y
son de carácter extranatural[10]”.
El padre Carmelo, Superior
del convento, se atreve a lanzar varias hipótesis:
·
El padre Pío
habría pedido a Dios que, a su muerte, desaparecieran totalmente las llagas de
su cuerpo y Dios lo escuchó; fue dignación del Señor concedérselas en vida,
para perenne recuerdo de la Pasión de Cristo y para acreditar ante los hombres la misión recibida. Como sabemos, él
intentó, por todos los medios, ocultar este don de Dios, que era para él motivo
de inmensa confusión y vergüenza.
·
En los días de
su debilidad senil, y mucho más en su muerte, no podía ni ocultar, ni
administrar este don de Dios. El Señor lo oyó e hizo que, poco a poco,
desaparecieran las llagas, de tal forma que, al ocurrir la muerte, no quedó
rastro alguno ni señal de las mismas.
·
El padre Pío
recibió las llagas, principalmente, para sí mismo, con el fin de hacerle el
Señor participante de forma viva y continuada de los sufrimientos de la Pasión
de Cristo.
·
La víctima fue
consumándos,e poco a poco, durante los cincuenta años que duraron las llagas;
el corazón no lanzaba ya más sangre y entonces las fuentes del sacrificio, sus
llagas sangrantes, desaparecieron.
¿Qué grado de sobrenaturalismo hay en todo esto?
¡Sólo Dios lo sabe! Desde luego, queda siempre como algo misterioso e
inexplicable la ausencia total de cicatrices a la hora de su muerte.
·
La vida del padre Pío se desarrolla en las cumbres
de lo místico, de lo realmente extraordinario y maravilloso; su vida es un
verdadero misterio. Para comprenderla hay que recordar que, sobre la contextura
extraña de su vida, por encima de todas las obras que realizó, sobre todo esto,
el punto que corona su vida es la misión redentora a la que oe asoció Cristo
nuestro Señor.
·
El padre Pío es el cirineo de Cristo. Es la víctima
asociada a Cristo de la manera más viva, más sangrante, más real.
·
Toda su vida es un estado de victimación perfecto al
que se dignó asociarlo nuestro Señor. El misterio de la Cruz penetra en lo más
profundo de la vida del padre Pío.
Ahora bien: así como Jesús
sublimó su estado de victimación hasta cumbres imponderables durante el proceso
de su Pasión, para terminar en la soledad total, en el abandono aparente de
Dios cuando llegó a exclamar: “Dios mío,
Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?”, de manera parecida pudo ocurrir en
los últimos meses de la vida del padre Pío. Se ha repetido muchas veces que el
padre Pío sentía como un dardo punzante, como un clavo, según él decía, ese
sentimiento de abandono de parte de Dios, porque la ausencia de Dios constituía
para él el mayor tormento. Esta obsesión le quitaba la tranquilidad.
Apliquemos todo esto a sus
llagas:
Al sentir él, de forma
palpable, experimental y personal, que las llagas desaparecían de su cuerpo, le
parecía que el abandono de Dios era absoluto, definitivo. Dios le retiraba su
signo, sus llagas; le
arrebataba el argumento visible de la presencia divina en él; esta
consideración lo abisma en la más profunda desolación. Se considera ahora como
el desechado de Dios, el rechazado por la misma bondad de Dios. Esto lo sume en
la soledad más completa, en la negrura más amarga, en la nada total. La
desaparición de las llagas habría sido para él como el golpe final dado a este
terrible clavo que tanto lo había
torturado durante su vida: el pensamiento de estar abandonado de Dios.
Desde luego, todo esto es
una mera hipótesis que queda escondida en el misterio de Dios; no tenemos
ciertamente pruebas para comprobarla; sólo lo sospechamos, atendiendo a las
oleadas de penas exteriores e interiores que llovieron sobre él, al estado
de tristeza y de abatimiento
que dominaba el alma del padre Pío en estos terribles diez últimos años de su
vida y, en especial, en los tres últimos.
Las desorientaciones, las
arideces de muerte, los escrúpulos incesantes y, sobre todo, esos temores
penetrantes como “dardos” de que estaba abandonado de Dios, todo esto caía,
como una losa, sobre el alma del padre Pío, hasta sumirlo en un abismo negro y
oscuro como la propia nada[11].
Era el modo de penetrar,
como Jesús, en la gloria triunfante de la Resurrección y de la posesión
infinita de ese ser que tanto temió perder.
“Jesús, su querida Madre y el mismo Ángel Custodio,
me están animando y no cesan de repetirme que es preciso que la víctima, para
considerarse verdaderamente tal, derrame y pierda toda su sangre[12]”.
81 años cumplidos tenía el
padre Pío, cuando llegó a consumarse la victimación total y perfecta de su
sacrificio.
[1] Lotti, Francesco. - Relazione... Ms, f 16,
citado en Riese Pio X, F. - Op. cit. p 451.
[2] Cfr. íntegro este testimonio del doctor Sala, en Ripabottoni, A. - Op. cit. p 562-563.
[3] Cfr. también este testimonio en Ripabottoni, A. - Op. cit. p
565.
[4] Cfr. esta testificación en Ripabottoni,
A. - Op. cit. p 565
[5] Ripabottoni, A. - Op.
cit. p 562.
[6] Ripabbotoni, A. - Op.
cit. p 562.
[7] Riese Pio X, F. - Op.
cit. p 451.
[8] Ripabottoni, A. - Op.
cit. p 569.
[9] Ripabottoni, A. - Op.
cit. p 558-559.
[10] Ripabottoni, A. - Op.
cit. p 562.
[11] Ripabottoni, A. - Op.
cit. p 568-569.
[12] Epistolario I. Carta n
104, p 314-315.