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sábado, 26 de diciembre de 2020

Cuando el Niño Jesús se apareció milagrosamente a Padre Pío por Navidad

 



Al santo Padre Pío le encantaba la Navidad. Sintió una especial devoción por el Bebé Jesús siendo ya un niño.


Según el sacerdote capuchino fray Joseph Mary Elder: “En su hogar en Pietrelcina, preparaba el Belén él mismo. A menudo empezaba a trabajar en él ya en octubre. Mientras sacaba a pastar el rebaño familiar con unos amigos, buscaba arcilla para moldear las estatuillas de los pastores, las ovejas y los Reyes Magos. Ponía un cuidado especial en la creación del niño Jesús, al que reconstruía una y otra vez incesantemente hasta que sentía que le había quedado perfecto”.


Esta devoción le acompañó durante toda su vida. En una carta a su hija espiritual, escribió: “Al comenzar la santa novena en honor del santo Niño Jesús, mi espíritu se ha sentido como renacer a una vida nueva; el corazón se siente demasiado pequeño para contener los bienes del cielo”.


La misa de Medianoche en concreto era una celebración llena de dicha para el Padre Pío, quien la celebraba todos los años dedicando muchas horas para oficiar cuidadosamente la Santa Misa. Su alma se elevaba hacia Dios con enorme alegría, una felicidad que era fácilmente visible para los demás.


Además, los testigos han relatado que pudieron ver al Padre Pío sosteniendo en brazos al Bebé Jesús. Y no era una estatua de porcelana, sino el mismísimo Niño Jesús en una visión milagrosa.


Renzo Allegri cuenta la siguiente historia:


Estábamos recitando el rosario mientras esperábamos la misa. El Padre Pío estaba rezando con nosotros. De repente, en un aura de luz, vi al Niño Jesús aparecer en sus brazos. El Padre Pío se transfiguró, con los ojos contemplando al niño resplandeciente en sus brazos, su rostro transformado por una sonrisa de asombro. Cuando la visión desapareció, el Padre Pío se dio cuenta, por la forma en que lo miraba, de que yo lo había visto todo. Sin embargo, se acercó a mí y me dijo que no se lo mencionara a nadie.


El padre Raffaele da Sant’Elia, que vivió junto al Padre Pío durante muchos años, contó una historia similar:


Me había levantado para ir a la iglesia a la Misa de Medianoche en el año de 1924. El pasillo era enorme y oscuro, y la única iluminación era la llama de una pequeña lámpara de aceite. A través de las sombras pude ver que el Padre Pío también iba camino de la iglesia. Había salido su habitación y caminaba lentamente a lo largo del corredor. Me di cuenta de que estaba envuelto en una banda de luz. Busqué una mejor vista y vi que tenía al Niño Jesús en sus brazos. Y yo me quedé allí, absorto, en la puerta de mi habitación, y caí de rodillas. Padre Pío pasó por mi lado, todo refulgente. Ni siquiera se percató de que yo estaba allí.


Estos sucesos sobrenaturales destacan el profundo y comprometido amor del Padre Pío hacia Dios. Su amor ahondaba más gracias a su sencillez y humildad, con un corazón abierto de par en par a recibir cualquier gracia celestial que Dios tuviera prevista para él.


Que nosotros abramos también nuestros corazones para recibir al Niño Jesús en Navidad y permitamos que el insondable amor de Dios nos inunde de alegría cristiana.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Misal Diciembre 2020


MISAL DICIEMBRE

domingo, 1 de noviembre de 2020

Misal Noviembre 2020

jueves, 15 de octubre de 2020

IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES


 MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
15 de noviembre de 2020

 

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

 

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).


1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el Señor le ayudó.


Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).


2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.


Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.


3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.


Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.


4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.


Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.


5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.


6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.

7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.


Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.


8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.


El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.


9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.


En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.


En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.


Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

 


Francisco

lunes, 12 de octubre de 2020

Místico, estigmatizado y confesor. Es patrono de enfermeros, hospitalarios y sufrientes

 


Falleció a los 81 años el 23 de septiembre de 1968. Su funeral fue multitudinario. Fue beatificado el 2 de mayo de 1999 y canonizado el 16 de junio de 2002, en ambos casos por S. Juan Pablo II. Su cuerpo incorrupto está expuesto en una urna de cristal en la iglesia de S. Giovanni Rotondo


Francisco Forgione nació en Pietrelcina, en la región de Campania (Italia), el 25 de mayo de 1887.  Sus padres, Grazio Forgione y Mª Giusepa di Nuncio, habían formado una devota familia, humilde y trabajadora. Desde muy pequeño ya se manifestaba en él una inclinación a la piedad y a las penitencias. Tenía una salud frágil y enfermiza. Pronto comenzó a sentir inclinación hacia el sacerdocio, sobre todo desde el encuentro con un franciscano capuchino del convento de Morcone (a 30 Km. de Pietrelcina), quien pasó un día por su casa pidiendo limosna.


Para que Francisco pudiera estudiar, su padre emigró a América. A los 16 años, el 6 de enero de 1903, ingresa como novicio en el convento de los Padres Franciscanos Menores Capuchinos de Morcone. La vida allí era muy dura, llena de penitencias y ayunos, los cuales agravaron las enfermedades que Francisco tenía desde niño y que le habrían de acompañar hasta la muerte. Era un novicio ejemplar, puntual en la observancia de la regla y nunca daba motivos para tener que reprenderle.


El 22 de enero de 1904 pronunció sus votos temporales y el 27 de enero de 1907 hizo la profesión solemne; entonces le trasladaron a Serrocapriola, a 15 Km. del mar, pero ese clima perjudicaba a su salud y tuvo que regresar a Pietrelcina para recuperarse, siendo destinado en 1908  al convento de Montefusco. En noviembre recibe las órdenes menores. Sigue con la oración y el estudio y el 10 de agosto de 1910 es ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento, pero por motivos de salud vuelve de nuevo con su familia hasta 1916, fecha en que fue enviado al convento de S. Giovanni Rotondo, donde permaneció hasta su muerte. Aparte de alguna bilocación que ya había experimentado anteriormente, entre 1911 y 1918 aparecieron los estigmas en manos, pies y costado, en esta época apenas perceptibles, pero a partir de 1918 bien visibles y con perfume de flores.


La Santa Sede, en el pontificado de Pio XI, envió al P. Gemelli para averiguar este fenómeno, pero el observador, sin llegar a verle, publicó un artículo diciendo que todo era de origen neurótico. Entonces se le prohibió recibir visitas y le mantuvieron aislado del mundo exterior durante 10 años desde 1923 a 1933.


A raíz de la Segunda Guerra Mundial fundó los “Grupos de Oración”, que se extendieron rápidamente y el 9 de enero de 1940, reunió a tres de sus hijos espirituales para que colaboraran en la fundación de un hospital, que se llamaría “Casa del Alivio del Sufrimiento”, que se inauguró en 1956. Al año siguiente Pio XII le dispensa del voto de pobreza para que pudiera administrar los fondos del Hospital.  Los ataques  arreciaron llegándole a acusar de que se enriquecía a costa de los fondos que administraba, por lo que tuvo que intervenir la Curia Romana. Le separaron de la administración y a sus seguidores les prohibieron asistir a sus misas y ni confesarse con él les dejaron.


Falleció a los 81 años el 23 de septiembre de 1968. Su funeral fue multitudinario. Fue beatificado el 2 de mayo de 1999 y canonizado el 16 de junio de 2002, en ambos casos por S. Juan Pablo II. Su cuerpo incorrupto está expuesto en una urna de cristal en la iglesia de S. Giovanni Rotondo (Italia)

jueves, 1 de octubre de 2020

12 datos impactantes sobre padre Pío


Como en vida tenía fama de santidad, fue muy fotografiado, y se ha escrito mucho sobre él, probablemente ya lo conoces, pero hay doce cosas muy interesantes que tal vez no sabes sobre el padre Pío:

 

1. Su verdadero nombre no era Pío, sino Francesco

 Nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, Italia, y le pusieron Francesco, nombre de un hermanito suyo que nació un año antes que él y murió.

 

2. Recibió los ‘estigmas’

 Durante cuarenta años tuvo en manos, pies y costado, heridas como las de Jesús, de las que brotaba sangre que olía a flores. Las cubría con guantes porque no le gustaba mostrarlas. Le dolían mucho; no cicatrizaban, pero nunca se infectaron.

 

3. Podía leer las conciencias y predecir eventos futuros

 Acudían multitudes a confesarse con él. Pasaba en promedio dieciséis horas diarias confesando. Conocía los pecados de la gente antes de que ésta los confesara.

Supo quiénes serían los siguientes Papas, incluyendo a san Juan Pablo II.

 

4. Luchaba físicamente con el demonio

 De noche se oían en su celda ruidos espeluznantes, gritos, golpes que aterraban a los otros frailes. Al final quedaba físicamente maltrecho, pero espiritualmente victorioso.

 

5. Veía a su Ángel de la Guarda

 Platicaba con él y le pedía ayuda. Por ejemplo, cuando un amigo, queriendo asegurar que si alguien interceptaba su carta, no la entendiera, le escribió en griego al padre, éste pidió a su Ángel la tradujera.

 

6. Lo visitaban almas del Purgatorio

 Solían aparecérsele almas que pedían Misas para salir del Purgatorio. Les preguntaba datos sobre su muerte, comprobaba su veracidad, e intercedía por ellas ante Jesús.

 

7. Era muy devoto de María y rezaba muchos Rosarios cada día

 María se le aparecía. Él llevaba siempre un Rosario que consideraba la mejor arma contra el mal. Animaba a todos a rezarlo. Rezaba diario alrededor de cuarenta Rosarios.

 

8. Tenía el don de bilocación

 En una ocasión, se presentó en una casa a auxiliar a un moribundo, y luego se comprobó que a esa misma hora estaba en el convento.

 

9. Fundó un Hospital

 Con esfuerzo y donativos, mandó edificar la “Casa Sollievo de la Sofferenza” (Casa Alivio del Sufrimiento), para dar atención médica y espiritual a enfermos pobres.

 

10. Inició los ‘Grupos de oración del padre Pío’

 Hoy en día hay millones de estos grupos en todo el mundo. Sus miembros se comprometen a orar, a hacer buenas obras y a amar a la Iglesia, y tienen presente este lema del padre: ‘Ora, espera y no te preocupes’.

 

11. Su condición física era médicamente inexplicable

 Casi no dormía; a veces su único alimento era la Eucaristía. Durante sus éxtasis quedaba como muerto; y su temperatura subía tanto que rompía el termómetro. Llegó a tener más de 48 grados.

 

12. Su cadáver se mantiene incorrupto

 Murió en san Giovanni Rotondo, el 23 de septiembre de 1968. Su cuerpo está en una urna de cristal, y luce como si estuviera dormido. Fue canonizado en 2002.

A 50 años de su fallecimiento, lo recordamos y nos encomendamos a su intercesión.


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miércoles, 23 de septiembre de 2020

Padre Pío: el misterio de los estigmas que desaparecieron tras su muerte


San Pío, que podía leer los corazones y manifestarse en más de un lugar al mismo tiempo, fue un sacerdote exorcista, acechado por el demonio y perseguido por la Iglesia, que llegó a acusarlo hasta de fraude. En la actualidad, por los milagros que se le atribuyen, es el santo italiano que convoca a más devotos en el mundo. En distintos puntos de la Argentina, su imagen se vuelve cada vez más presente, gracias a los miles de fieles que lo veneran a través de 135 grupos de oración muy activos.


Francisco Forgione, más conocido como San Pío o Padre Pío, nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, en la provincia italiana de Benevento, cerca de Nápoles. Su madre, muy devota de San Francisco de Asís, el patrono de Italia, lo bautizó con el nombre de este santo. Fue un niño muy introvertido, pasaba las horas rezando frente al altar de la iglesia de Santa Ana.


Su vocación se manifestó a partir de los 8 años. Cuando inició su formación religiosa con los frailes capuchinos, Grazio, su padre, emigró a la Argentina para poder pagar sus estudios. A los 15 años, Francisco Forgione comenzó a vestir la túnica franciscana y tomó el nombre de Fray Pío de Pietrelcina. El 10 de agosto de 1910 fue ordenado sacerdote en Benevento.


Aunque en 1916 se instaló en San Giovanni Rotondo, donde viviría hasta su muerte, debido a la fragilidad de su salud regresaba con frecuencia a su pueblito natal. Dos años después, en 1918, contrajo la gripe española, una pandemia que se cobró millones de vidas. Pero él se salvó.

En plena Segunda Guerra Mundial, el Padre Pío inició su obra más grande: el hospital Casa de Alivio del Sufrimiento, en San Giovanni Rotondo. Cuando hablaba de este proyecto con sus hermanos sacerdotes, ellos expresaban que sería imposible concretarlo en medio de la guerra. Sin embargo, gracias a la generosidad de millones de devotos, pudo construirlo. Inaugurado el 24 de julio de 1954, llegó a ser uno de los hospitales más importantes de Italia.


La lucha contra el diablo

En una carta del 18 de enero de 1912, dirigida al padre Agostino, el Padre Pío se expresaba con estas palabras sobre Satanás: “Él ha venido a mi casi asumiendo todas las formas. Desde varios días acá, me viene a visitar, junto con otros de sus espíritus infernales armados de bastones y piedras. Lo que es peor es que ellos vienen con sus semblantes. Tal vez cuántas veces me ha sacado de la cama y me ha arrastrado por la habitación”.


El Padre Pío se convirtió en exorcista. Siguiendo la metodología de exorcismos de Jesús, decía en tono firme y marcado: “¡Cállate! ¡Basta! ¡Márchate!”. Después de estas palabras, el poseído conseguía la calma. En una única oportunidad, antes de la liberación, el maligno habría gritado: “Padre Pío, nos molestas más tú que San Miguel”. Otro cura exorcista, el padre Tarcisio da Cervinara, que presenció ese hecho, le preguntó al Padre Pío si había escuchado las palabras del Diablo y el santo le respondió: “Satanás me tiene miedo”.


El misterio de los estigmas

En su biografía oficial, se relata que el 5 y el 7 de agosto de 1918 fue “traspasado el corazón por un misterioso personaje celestial, armado de una lanza; el corazón se parte, las vísceras están estiradas”, y “él pierde sangre por todas partes, saliéndole parte por la boca, parte por abajo”. El 20 de septiembre de ese año recibió los estigmas. Al principio fueron solo pequeñas heridas, pero unos meses después se agrandaron. Si bien los estigmas eran un hecho extraordinario que convocaba a millones de fieles, no tardaron en llegar las calumnias y la difamación que, por otra parte, lo hicieron blanco de sucesivas inspecciones canónicas y del estudio de un gran número de médicos. El Padre Pío resistió con gran paciencia cada una de esas afrentas.


Una enorme feligresía  se abarrotaba para oír sus largas homilías y observar sus estigmas, que el sacerdote ocultaba con mitones. El Padre Pío dedicaba hasta 18 horas diarias al sacramento de la confesión. Pero las autoridades eclesiásticas de la época dudaron de él y le prohibieron por varios años salir de su celda, celebrar misa, contestar cartas y escuchar confesiones. De acuerdo con lo expresado en sus datos biográficos, sin explicación racional alguna, los estigmas del Padre Pío permanecieron abiertos por 50 años. Tras su muerte, ocurrida el 23 de septiembre de 1968, desaparecieron sin dejar ninguna señal.

El científico Pietro Gerardo Violi, médico de la Casa de Alivio del Sufrimiento, dio su opinión científica sobre los estigmas del Padre Pío en una entrevista concedida al diario italiano Avvenire: “Como hombre de ciencia y de fe, puedo decir que me encontré algo extraordinario. Hay preguntas que la ciencia y la medicina no pueden explicar. Donde no llega la ciencia entra la fe”.


Además, dijo el doctor Violi en esa oportunidad: “Esas heridas tienen características inexplicables. Por 50 años nunca se modificaron, permanecieron siempre iguales, en tamaño, forma y actividad. Un hecho raro, ya que todavía no existían los antibióticos, porque en Italia se empezaron a usar en 1948. El médico se pregunta por qué nunca se infectaron. Si fueran lesiones humanas, se agrandarían. Mientras que una persona con una mínima lesión en el pie, en el talón, no se mueve, él caminaba sobre sus llagas, hacía sus actividades diarias. Además usaba las manos normalmente. Como se ve en las fotos de su última misa, Padre Pío tenía los estigmas, que después de pocas horas, cuando murió, habían desaparecido completamente, sin dejar cicatriz. Desafío a cualquier científico a darme una explicación”.


Otros religiosos como San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, Santa Rita de Casia, Santa Madgalena de la Cruz, la Beata Ana Catalina Emerich y Teresa Neumann también portaron en su cuerpo las llagas de Jesucristo. Pero los estigmas del Padre Pío fueron quizás los más estudiados del mundo. A causa de estas heridas sangrantes, sufrió terribles dolores a lo largo de su vida y llegó a perder hasta 100 gramos de sangre arterial diaria.


Un profundo lazo con la Argentina

En Mar del Plata, a siete cuadras del faro, se construyó la primera iglesia, fuera de Italia, consagrada al santo de los estigmas. La piedra fundamental de la capilla se puso cuando el Padre Pío aún estaba vivo, y luego se transformó en iglesia consagrada al santo. La iniciativa nació tras una promesa de un ingeniero de Mar del Plata cuya esposa tuvo un problema de salud y, por intercesión del Padre Pío, se sanó.


Tanta es la devoción en la Argentina que en 2010, con motivo de los 100 años de la aparición de los estigmas del Padre Pío, desde el Santuario de San Giovanni Rotondo viajó una importante reliquia, su corazón, que al igual que su cuerpo se mantiene incorrupto casi en su totalidad. La reliquia es una parte del miocardio en la que se dio el fenómeno místico de la transverberación que recibió San Pío en 1918. Fue venerada en la Catedral de Buenos Aires, en la Basílica de Luján, en la Basílica de la Piedad, en el Santuario de Pompeya y en el Hospital Garrahan. Durante la veneración de esta reliquia, el fervor de la gente fue sorprendente. Tal como solía celebrarse en la antigüedad, el receptáculo que contenía el corazón del santo era una casita de vidrio y plata. Esta reliquia también recorrió otros lugares emblemáticos del mundo.


“Karol, tú serás Papa”

En 1947, cuando Karol Wojtyla era apenas un joven sacerdote, fue a San Giovanni Rotondo y se confesó con el fraile capuchino. Dejando en evidencia su don de profecía, el Padre Pío le advirtió que un día sería Papa. En el centenario del nacimiento de Francisco Forgione, ya convertido en el Papa Juan Pablo II, fue a arrodillarse en la tumba del fraile de los estigmas y le dijo a los capuchinos: “Hagan que camine este hermano vuestro. Dense prisa. Este es un santo que tengo que hacer yo”. Finalmente, el 16 de junio de 2002, fue canonizado por el Papa polaco y consagrado como San Pío de Pietrelcina.


Cada 23 de septiembre, cuando se cumple un nuevo aniversario de su desaparición física, tiene lugar la fiesta litúrgica de San Pío de Pietrelcina. Este año se conmemoran 52 años de su muerte.


“Reza, ten fe, y no te preocupes”, la frase más conocida de este santo en todo el mundo, está más vigente que nunca en estos días. Hoy sus palabras resuenan de manera especial en nuestra sociedad.


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domingo, 13 de septiembre de 2020

Mes del Padre Pío - DESCARGAS


 Novena al Padre Pío





Liturgia de las Horas

Memoria del Padre Pío

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Tránsito de San Pío de Pietrelcina

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viernes, 10 de julio de 2020

Santa Verónica Giuliani: La mística que experimentó los estigmas de la Pasión de Jesús



Mientras vivió en casa Giuliani, con su familia, todos la llamaron con el nombre de bautismo, Orsola (ltalianización de Ursula), Más tarde, entrada a los diecisiete años en las capuchinas de clausura, tomará el nombre de Verónica. Será una de las más grandes santas en el firmamento vivo de la Iglesia, resplandeciendo en perfección cristiana, doctrina y carismas. Su luz continúa iluminando el mundo.

Nació el 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, un pueblecito tranquilo junto al cual corre límpido el Metauro en tierras de Pésaro. Nos hallamos en las Marcas, Mercatello formaba parte entonces del Estado Pontificio.
La vida de Verónica concluirá en el monasterio de las capuchinas de Cittá di Castello, en la Umbria, el 9 de julio de 1727. Dos fechas y dos lugares bien definidos y, podemos decir, angostos para encerrar la excepcional experiencia de un alma singularmente privilegiada de Dios.

Padre y madre. Una encomienda
El padre, Francisco, es alférez de la guarnición local. La madre, Benedetta Mancini, es una mujer de casa, de profundos sentimientos religiosos. De su unión nacen siete niñas, de las cuales dos no sobreviven. Las cinco hijas quedan huérfanas de madre cuando ésta no cuenta más de cuarenta años. Antes de morir, Benedetta las reúne en torno a su cama y las encomienda a las cinco llagas del Señor. A Orsola, pequeña de siete años, le tocó en suerte la llaga del costado. Será su camino, por toda la vida, hasta el punto de fundirse con el Corazón de su Esposo, Jesús.

Infancia de predilección
La pequeña Orsola, desde los primeros meses de vida, se comporta de un modo singular.
Los ojos vivaces de la niña van en busca de las imágenes sagradas, que adornan profusamente la casa Guillan. Ella misma explicará un día en su diario: "Todavía no andaba, pero cuando veía las imágenes donde estaba pintada la Virgen santísima con el Niño en brazos, yo me agitaba hasta que me acercaban a ellas para poder darles un beso. Esto lo hice varias veces. Una vez me pareció ver al Niño como criatura viviente que me extendía la mano; y me acuerdo que me quedó tan al vivo este hecho que, dondequiera que me llevaban, miraba por si podía ver a aquel niño".
Contaba aún pocos meses cuando, el 12 de junio de 1661, día en que caía la fiesta de la Santísima Trinidad, de improviso la pequeña Orsola se deslizó de los brazos de su madre y se puso a caminar dirigiéndose hacia un cuadro que representaba el misterio de la Trinidad divina.
Ante una imagen de la Virgen con Jesús en brazos, Jesús y Orsola entablan coloquios infantiles: ¡Yo soy tuya y tú eres todo para mí..." Y el divino infante responde: - ¡Yo soy para ti y tú toda para mí!
"Me parecía a veces que aquellas figuras no fueran pintadas como eran, sino que, tanto la Madre como el Hijo, yo los veía presentes como criaturas vivientes, tan hermosas que me consumía de ganas de abrazarlas y besarlas".

"Yo soy la verdadera flor"
Todavía una experiencia en su maravilloso mundo infantil, Refiere: "Paréceme que, de tres o cuatro años, estando una mañana en el huerto entretenida gustosamente en coger flores, me pareció ver visiblemente al niño Jesús que cogía las flores conmigo; me fui hacia el divino Niño para tomarlo, y me pareció que me decía:
- Yo soy la verdadera flor.
Y desapareció. Todo esto me dejó cierta luz para no buscar ya más gusto en las cosas momentáneas; me hallaba toda centrada en el divino Niño. Se me había quedado tan fijo en la mente, que andaba como loca sin darme cuenta de lo que hacía. Corría de un lado para otro por ver si lograba encontrarlo. Y recuerdo que mi madre y mis hermanas trataban de detenerme para que estuviese quieta y me decían:
- ¿ Qué te pasa?, ¿estás loca?
Yo me reía y no decía nada; y sentía que no podía estar quieta. Me paraba y luego volvía al huerto para ver si volvía. Todo mí pensamiento estaba fijo en el niño Jesús.

Todos me llamaban "fuego"
Orsola posee un carácter vivaz y ardoroso. La madre le decía: "Tú eres aquel fuego que yo sentía en mis entrañas cuando aún estabas en mi vientre". Y Verónica recuerda: "En casa todos me llamaban "Fuego",y precisa: "De todos los daños que ocurrían en casa era yo la causa". Pero reconoce con sinceridad: "Todos me querían mucho".
Llena de vida y de creatividad, expresa la riqueza de sus sentimientos religiosos en gestos concretos, casi plásticos, de los que transpiran fuertes emociones.
Así será también de mayor.


ADOLESCENCIA - JUVENTUD EN CRISTO

El encuentro con Jesús Eucarístico: la primera Comunión
Cuando el padre de Orsola se trasladó a Piacenza, en calidad de jefe de aduanas del duque de Parma, fueron a vivir con él también sus hijas y, de 1669 a 1672, permanecieron por tres años en aquella ciudad.
Orsola tenía entonces sólo nueve años. Su más grande deseo era recibir a Jesús en la santa Comunión.
El Señor la atraía con gracias especiales. Ya de pequeña, cuando por primera vez, hacia los dos años, su mamá la llevó a la iglesia para tomar parte en la Misa, la niña había gozado de una extraordinaria manifestación, que recuerda en estos términos: "Yo vi al niño Jesús y traté de correr hacia el sacerdote, pero nuestra madre me detuvo".
Cada vez que su madre o sus hermanas comulgaban, ella gustaba de ponerse junto a ellas, y dice que le "parecían entonces más bellas de rostro".
Finalmente el 2 de febrero de 1670 se acercó por vez primera al banquete Eucarístico. Refiere: "Recuerdo que la noche antes no pude dormir ni un momento. A cada instante pensaba que el Señor iba a venir a mí. Y pensaba qué le iba a pedir cuando viniese, qué le iba a ofrecer. Hice el propósito de hacerte -el don de toda mí misma; de pedirle su santo amor, para amarle y para hacer su voluntad divina.
Cuando fui a comulgar por primera vez, paréceme que en aquel momento quedé fuera de mí. Paréceme recordar que, al tomar la sagrada Hostia, sentí un calor tan grande que me encendió toda. Especialmente en el corazón sentía como quemárseme y no volvía en mí misma ."

Un deseoDesde la edad de nueve años Orsola nutría un vivo deseo de consagrarse al Señor. "A medida que crecía en edad, mayores ansias me venían de ser religiosa. Lo decía, pero no había nadie que me creyera; todos me llevaban la contraria. Sobre todo mi padre, el cual hasta lloraba y me decía absolutamente que no quería; y, para quitarme de la cabeza semejante pensamiento, con mucha frecuencia llevaba a otros señores a casa y luego me llamaba en presencia de ellos; me prometía toda clase de entretenimientos".
El conflicto espiritual y psicológico entre la jovencita atraída por el amor de Jesús y la resistencia provocada por la ternura del padre, que no quería separarse de la hija, duró largo tiempo. Orsola no logró el permiso paterno para entrar en el monasterio hasta los diecisiete años.

Destinada a OtroPero el corazón estaba ya entregado al Esposo divino.
Ella misma refiere de aquella edad juvenil: "En la casa había un joven pariente nuestro que me hacía mucho daño, si bien creo que provenía de mi poca virtud y poca mortificación. La verdad es que no me dejaba vivir en paz. Me llevaba al huerto a pasear con él mientras me hablaba de mil cosas del mundo; me traía recados ora de uno ora de otro, y me iba diciendo que estos tales querían casarse conmigo. Yo a veces le decía muy enfadada:
¡Si no te callas me marcho! Deja de traerme tales embajadas, porque yo no conozco a ninguno y no quiero a ninguno. Mi esposo es Jesús: a El sólo quiero, El es mío.
Algunas veces me traía un ramo de flores: yo no quería ni siquiera tocarlo y lo hacía tirar por la ventana".

LLAMAMIENTO ESPECIAL

En las Capuchinas
Vuelta a Mercatello en 1672, Orsola ha sido con fiada por su padre, que sigue en Piacenza, al tío Rasi. Las órdenes que éste ha recibido de él son bien precisas: conceder la entrada en el convento a las hijas mayores, pero hacer desistir absolutamente a la predilecta de su propósito de vida consagrada.
La jovencita, contrariada en su más viva aspiración, sufre aun físicamente por esta causa y desmejora. La noticia llega al padre, el cual finalmente da su beneplácito. Orsola salta de alegría y en breve tiempo recobra el vigor.
Tres monasterios de la zona habrían podido recibirla. Los lugares eran: Mercatello, Sant´Angelo en Vado y Cittá di Castello. Este era de clarisas capuchinas. De ellas se hablaba con veneración por su grande austeridad. Y hacia ellas se sentía fuertemente atraída.
No era fácil para ella hallar una ocasión para ir a Cittá di Castello y, sobre todo, para ser recibida entre las hermanas de aquella comunidad. Pero la providencia dispuso las cosas de modo que pudiese realizar aquel viaje y que la autoridad eclesiástica fuese benévola con ella. En efecto, mientras la joven Orsola conversaba en el monasterio de las capuchinas, llegó monseñor Giuseppe Sebastiani, el santo obispo de la ciudad, que quiso examinar a la candidata a la vida religiosa. Orsola superó la prueba respondiendo con fe viva a cada una de las preguntas y, con la ayuda del Señor, logró leer con facilidad - ante los ojos maravillados del tío Ras - las páginas del breviario escrito en latín.
Arrodillada ante el obispo, Orsola Giuliani pidió entonces con fervor la gracia de entrar en las capuchinas. Tan ardorosa fue su petición, que el obispo se sintió inspirado de conceder al punto el documento con el cual él mismo invitaba a las monjas a acoger a la postulante.
La joven fue inmediatamente a dar gracias a Jesús en la iglesita del monasterio. Mientras esperaba allí a que la superiora la llamase, ya el Señor la había arrebatado en éxtasis. Y hubo que aguardar a que "recobrase los sentidos".

Recuerdos de Verónica
Vestida con el pesado sayal color marrón de las capuchinas, se llamará con otro nombre: ya no Orsola, sino Verónica. Un nombre programa: el de la mujer que, durante la Pasión, conforta y enjuga el rostro de Jesús.
La suya será una vocación para la cruz, el camino por el cual había sido llamada desde la más tierna edad.
Sor Verónica recuerda que, desde niña, anhelaba imitar los padecimientos de los santos cuyas vidas oía leer en casa.
Para imitar a los mártires, sometidos al tormento del fuego, una vez se le ocurrió tomar brasas en sus tiernas manos. Refiere: "Una mano se me abrasó toda y, si no me llegan a quitar el fuego, ya se asaba. En aquel momento ni siquiera sentí el dolor de la quemazón, porque estaba fuera de mí por el gozo. Pero luego sentí el dolor; los dedos se habían contraído. Mis ojos lloraban, pero yo no me acuerdo haber derramado ni una lágrima".
En otra ocasión se las arreglará para que, en el momento que una de sus hermanas va a cerrar la puerta de un cuarto, pueda quedar su manita aplastada contra el marco: tal era su deseo de sufrir, para imitar en esto a santa Rosa de Lima que, de niña, se había sometido a un tormento semejante. Fue llamado al punto el médico, con grande disgusto de Orsola, que hubiera querido soportarlo todo sin los gritos de las hermanas espantadas y sin las curas necesarias.
A la edad en que comúnmente se atribuye a los niños apenas el uso de la razón, Jesús reserva para ella extraordinarias enseñanzas con visiones particulares.
"Cuando tenía unos siete años - escribe Verónica - me parece que por dos veces vi al Señor todo llagado; me dijo que fuese devota de su Pasión y en seguida desapareció. Esto sucedió por la Semana Santa. Me quedó todo tan grabado que no me acuerdo haberlo olvidado nunca.
"La segunda vez que se me apareció el Señor llagado de la misma manera me dejó tan impresas en el corazón sus penas, que no pensaba yo en otra cosa".

¡A la guerra, a la guerra!"
Era todavía una niña y ya el Señor la llamaba a grandes empresas: la imitación de Jesús paciente.
Un día, mientras estaba rezando ante una imagen sagrada, escuchó estas palabras: " ¡A la guerra, a la guerra!"
¿Invitación parecida a la dirigida a santa Juana de Arco? La joven heroína de Mercatello tomó a la letra - como san Francisco ante el Crucifijo que le hablaba - las palabras escuchadas. El joven caballero de Asís se había puesto a restaurar la iglesita de San Damián; Orsola, en cambio, quiso aprender de un primo suyo el arte militar de la esgrima.
Mientras, entre la admiración de sus entusiastas coetáneos, se adiestraba en el manejo de las armas, le pareció ver al mismo Jesús que le decía: - No es ésta la guerra que yo quiero de ti.
Quedó de improviso como desarmada y vencida, en tanto que Jesús le abría el corazón al significado, totalmente espiritual, de la lucha que le esperaba.

MONJA -CAPUCHINA
En el gozo del Espíritu
¡A los diecisiete años en un convento! Monja de clausura en Cittá di Castello.
No es posible describir la felicidad del todo espiritual que experimenta una joven en esa edad en que el corazón vive la emoción del amor -, cuando ha elegido solo a Jesús.
Quien desee comprobar de cerca ese ardor, vaya a dialogar con una de esas almas ardorosas que también hoy se encierran, jóvenes de veinte años, en las capuchinas de Mercatello o de Cittá di Castello, donde vivió santa Verónica, o en cualquier otro monasterio de su Orden.
Por vía de "comunicación" gozará de una de las maravillas más dulces del Espíritu. También ésta es comunión de los Santos.

¿Por qué?
¿Por qué monja. ¿Por qué entre las capuchinas? ¿Qué es lo que quería de ella el Señor?
La vida de cada uno de nosotros oculta un proyecto de Dios Padre, o mejor, de toda la santísima Trinidad.
El encuentro con Dios está jalonado de etapas importantes. Para Orsola Giuliani, el 28 de octubre de 1677, señala la fecha de la vestición del hábito religioso. Desde ahora se llamará Verónica. En ese día le dio el Señor una manifestación más clara de su amor. Oigamos de ella misma cómo vivió aquella jornada y lo que le comunicó el Señor:
"La primera vez que fui vestida de este santo hábito yo me hallaba un poco desasosegada por la novedad. Cuando me vi entre estas paredes, mi humanidad no acertaba a apaciguarse; pero por otra parte el espíritu estaba todo contento. Todo me parecía poco por amor de Dios.
Al cabo de una larga batalla entre la humanidad y el espíritu, me pareció de pronto experimentar un no sé qué - no sé si fue recogimiento o rapto - que me sacó de mis sentidos. Pero yo no podría decir qué es lo que fue. En aquel mismo momento me parece que me vino la visión del Señor, el cual me llevaba con El; y me parece que me tomó de la mano. Oía una armonía de sonidos y cantos angélicos. De hecho me parecía hallarme en el paraíso.
Me acuerdo que veía tanta variedad de cosas; pero todas parecían delicias de paraíso. Veía una multitud de santos y santas. Me parece haber visto también a la santísima Virgen.
Recuerdo que el Señor me hacía gran fiesta. Decía a todos: "Esta es ya nuestra". Y luego, dirigiéndose a mí, me decía: "Dime, ¿qué es lo que quieres? ". Yo le pedía como gracia el amarle; y El en el mismo momento me parecía que me comunicaba su amor. Varias veces me preguntó qué es lo que más deseaba.
Ahora recuerdo que le pedí tres gracias. Una fue que me otorgase la gracia de vivir como lo requería el estado que yo había abrazado, la segunda, que yo no me separase jamás de su santo querer; la tercera, que me tuviese siempre crucificada con El.
Me prometió concederme todo. Y me dijo: "Yo te he elegido para grandes cosas; pero te esperan grandes padecimientos por mi amor".

Programa
Al comienzo de la vida religiosa estaba, pues, trazado el programa para Verónica: padecer por amor.
El sufrimiento marcará con señales profundas la vida de Verónica, en todo tiempo. El Señor la llama a "completar en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo" en favor de toda la Iglesia. El Señor la purifica con el sufrimiento, como el oro que se prueba con el fuego. Por ese camino Jesús la asimila a sí hasta concederle la unión en el desposorio místico.

Las pruebas
El sufrimiento rebosa, como un río siempre en crecida, en la vida de sor Verónica.
El año del noviciado - el primero de vida religiosa - es una verdadera prueba. El Señor permite que una compañera novicia la atormente previniendo contra ella a la maestra, que es su guía espiritual. Verónica siente con vehemencia la tentación de reaccionar contra la compañera y contra la maestra. Toda la persona se le rebela. Afirma con fuerza en una página del Diario: "Sentía que me estallaba el estomago por la violencia" Y declarará todavía: "En mi interior ¡cómo me retorcía para vencerme!

El asalto del enemigo
Otras pruebas venían directamente del espíritu del mal, de Satanás.
Había experimentado va la reacción del demonio cuando, niña de apenas diez años, decidió imitar la vida de los santos practicando algunas penitencias. "Haciendo estas penitencias me parece que tuve varios embates. Donde quiera que yo iba, de día y de noche, el tentador hacía gran estrépito, como si quisiera tirar todo abajo".
La lucha con el enemigo se prolongó en los años de 1a vida religiosa, hasta tomar a veces aspectos dramáticos violentos. El enemigo tomó la figura de monjas para acusarla, le produjo moraduras y heridas, se le apareció en formas obscenas y tentadoras, tomando el aspecto de monstruos horribles.
La santa, fuerte con la gracia de Dios segura de la victoria, afirma: "Estaba sin temor; más aún, me hacían reír sus extravagancias y sus estupideces".

Aridez y abandono
El ánimo se templa en la lucha. Pero existen para los santos pruebas todavía más angustiosas: si es duro el deber pasar a través de la noche de los sentidos, es mucho más terrible el paso por la noche del espíritu. Es la purificación más íntima, que comprende la arrancadura y el disgusto, la aridez espiritual y el abandono, esto es, la impresión de estar separados de Dios.
Oigamos - como de su misma voz - la experiencia de Verónica: "A veces, cuando me hallaba con alguna aridez y, desolación y, no podía hallar al Señor, y me venían las ansias de El, salía fuera de mi, corría ya a un lugar ya a otro, lo llamaba bien fuerte, le daba toda clase de nombres magníficos, repitiéndoselos muchas veces. Algunas veces me parecía sentirlo, pero de un modo que no sé explicar. Sólo sé que entonces enloquecía más que nunca, me sentía como abrasar, especialmente aquí, en la parte del corazón. Me ponía paños mojados en agua fría, pero en seguida se secaban.
Las múltiples experiencias místicas la aproximaban cada vez más a la intimidad del Señor. Por otra parte, cada vez que le eran retiradas estas gracias particulares quedaba en una sed mayor de volver a las delicias del Señor. Le parecía entonces que Dios la había olvidado, incluso que la rechazaba, experimentaba un tormento tan grande que era en realidad purificación de amor.
Así se expresa en una carta: "Muchas veces me hallo con la mente tan ofuscada, que no sé y no puedo hacer nada; me hallo toda revuelta; no parece que haya ni Dios ni santos; no se encuentra apoyo alguno. Parece que la pobre alma está en las manos del demonio, sin tener a dónde dirigirse en medio de sus temores".

Refrigerio: la guía espiritual y la confesiónLos santos son los que más se engolfan en el mar de la redención. Son purificados continuamente en la sangre de Cristo y gozan de la abundancia de sus gracias.
Verónica, herida del rayo luminosisimo de la luz de Dios, siente continuamente la necesidad de renovarse. Se humilla y recurre a la confesión con frecuencia, hasta cuatro o cinco veces al día, anhelando ser "lavada con la sangre de Cristo". Es la vía ascética y sacramental para llegar a la unión perfecta con Dios.
El mismo Jesús, después de haberla conducido a altísimas nietas y antes de imprimirle las llagas, quiere que Verónica realice ante toda la corte del cielo su confesión general. Escribe la santa del Viernes Santo de 1697: Tuve un recogimiento con la visión de Jesús resucitado con la santísima Virgen y con todos los santos, como las otras veces. El Señor me dijo que comenzase la confesión. Así lo hice. Y cuando hube dicho: "Os he ofendido a Vos y me confieso a Vos, mi Dios", no podía hablar por el dolor que me vino de las ofensas hechas a Dios. El Señor dijo a mi ángel custodio que hablase él por mí. As, en persona mía, decía...
La Virgen se puso delante, a los pies de su hijo, lo hizo todo en un instante. Mientras ella rogaba por mi, me vino una luz y un conocimiento sobre mi nada; esta luz me hacía penetrar conocer que todo aquello era obra de Dios. Aquí me hacía ver con qué amor ama Ella las almas y, en particular, las ingratas como la mía...
En ese acto me vino una grande contrición de todas las ofensas hechas a Dios y pedía de corazón perdón por ellas. Ofrecía mi sangre, mis penas y dolores, en especial sus santísimas llagas; y, sentía un dolor íntimo de cuanto había cometido en todo el tiempo de mi vida. El Señor me dijo: -Yo te perdono, pero quiero fidelidad en adelante".
Verónica camina con seguridad por el camino de Dios, principalmente por el que pasa por el don de los sacramentos, ofrecidos a todos por la Iglesia y dados a ella por los ministros del Señor. Así es como se siente segura y constantemente renovada en el espíritu.
Impulsada por sus directores espirituales a escribir su diario, afirma: -Experimento un sentimiento íntimo y quisiera que el mismo confesor penetrase todo mínimo pensamiento mío, no sólo como está en mí, sino como está delante de Dios. Es tal el dolor que siento, que no sé cómo logro proferir una sola palabra. Se me representa ese vice-Dios en la tierra con tal sentimiento, que no puedo expresarlo con palabras.
En la confesión halla paz y gozo, renacimiento aumento de amor divino: "En el acto de darme la absolución el confesor, me pareció sentirme toda renovada y, con tanta ligereza, que no parecía sino que me hubiera quitado de encima una montaña de plomo. Experimenté también en el alma que Dios le dio un tierno abrazo y comenzó, al mismo tiempo, a destilar en ella su amor divino".

VERÓNICA Y LOS PECADORES
Dolor y expiación
Es difícil hablar, sobre todo hoy, de las penitencias y del dolor en la vida de santa Verónica. El tema del sufrimiento nos resulta duro, porque supone, además de la experiencia de amor en quien lo vive, una experiencia de fe no menos grande en quien recibe su mensaje. Y el hedonismo, en que se halla sumergido el hombre de hoy, impide percibir el fuerte lenguaje de la teología de la cruz.
Verónica tiene una vocación peculiar en la Iglesia. EL Señor la escoge como víctima por los pecadores. Y ella acepta colocarse como medianera -mezzana -entre Dios y, sus hermanos que viven en el pecado.
Después de haber comprendido el amor de Dios a las almas y después de haber contemplado a Jesús llagado y crucificado, Verónica queda enriquecida con una sensibilidad excepcional para inserirse en la obra de la salvación en favor de todos sus hermanos. Quiere salvarlos y comprende que el medio es la expiación medianera.

Quiere obstruir el infiernoVerónica pide a Jesús los sufrimientos que E1 ha, padecido, los desea con una sed de dolor superior a cuanto es accesible a la simple naturaleza.
Jesús la asocia a los varios momentos de su Pasión. Una testigo, que la observó en esos sufrimientos, declara: "La vi un día clavada en el aire derramaba lágrimas de sangre que tenían el velo. Supe después de ella que Dios era muy ofendido por los pecadores y que ella, en ese arrobamiento, había visto la fealdad del pecado y de la ingratitud de los pecadores.
La Santa quiere impedir que tantas almas caigan en el infierno: "En aquel momento me fue mostrado de nuevo el infierno abierto y parecía que bajaban a él muchas almas, las cuales eran tan feas y negras que infundía terror. Todas se precipitaban tina detrás de otra; Y, una vez entradas en aquellos abismos, no se veía otra cosa que fuego y llamas". Entonces Verónica se ofrece para contener la justicia divina: "Señor mío, yo me ofrezco a estar aquí de puerta, para que ninguno entre aquí ni os pierda a Vos. Al mismo tiempo me parecía extender los brazos decir: Mientras esté o en esta puerta no entrará ninguno. ¡OH almas, volved atrás! Dios mío, no os pido otra cosa que la salvación de los pecadores. ¡Envíame más penas, más tormentos, más cruces.
El Señor, para saciar su sed de padecimientos, le permitirá experimentar las pertas del purgatorio y aun las del Infierno. La Virgen, que la instruye y la sostiene, le habla así: "Hay muchos que no creen que haya infierno, y yo te digo que tú misma, que has estado en él, no has entendido nada de lo que es.

Verónica y la Pasión de JesúsQuien no hubiera sido introducido en la comprensión de los valores cristianos, podría quedar desconcertado al leer el Diario de la Santa. Sentiría tal vez la tentación de recurrir a explicaciones de naturaleza patológica y de entrever formas de extraño masoquismo. Pero nos hallamos en esferas mucho más elevadas, donde la naturaleza obedece a la sobre naturaleza. Sólo la fe mas viva puede dar sus explicaciones.
Jesús la atrae y la quiere del todo semejante a El. Verónica experimentará en su carne la coronación de espinas, la flagelación, la crucifixión y la muerte de Jesús. Le será atravesado el corazón por la lanza y le serán impresas las llagas como señal definitiva de conformidad y de amor.
Recuerda la impresión de las llagas. Era el 5 de abril de 1697: "En un instante vi salir de sus llagas cinco rayos resplandecientes y vinieron a mí. Los veía convertirse en pequeñas llamas. En cuatro de estas habla clavos y en una la lanza, como de oro, toda rusiente, y me atravesó el corazón; y los clavos perforaron las manos y los pies". Verónica puede repetir ya con san Pablo: "He sido crucificada con Cristo".

PenitenciasJunto con estos dones místicos, mediante los cuales es confirmada, en el dolor, esposa crucificada de Cristo, Verónica añade sus ofrecimientos espontáneos.
Para tener una idea del empeño de penitencia que habla en su corazón habría que visitar el monasterio de Citta di Castello en el que ella vivió. Los instrumentos de penitencia hablan allí todavía de ella, de su amor a Jesús y de su voluntad de conducir a El a los pecadores.
Para seguir a Jesús por el camino del Calvario, Verónica se cargaba con una pesada cruz y, por la noche, se movía bajo su peso extenuante por las calles del huerto y dentro del monasterio. A veces cargaba un grueso leño de roble.
Frecuentemente realizaba sus "procesiones" cubierta con una "vestidura recamada": era en realidad una túnica de penitencia a la que ella misma habla cosido por dentro innumerables espinas durísimas. Se la ponla sobre la carne viva y con la cruz sobre los hombros.
Muchas veces usará tenazas rusientes para sellar con el dolor sus carnes y grabará sobre su propio pecho el nombre de Jesús. Le agrada, además, escribir con su sangre cartas de fidelidad y de amor a su Esposo divino. Jesús sabe que puede fiarse de ella: su vida le pertenece. Le pedirá un riguroso ayuno por tres anos y ella obtiene poder alimentarse en todo ese tiempo de sólo pan y agua.
Estas son sólo algunas muestras de su desmesurada necesidad de padecer con Jesús.

El corazón como un selloEn esta fase de purificación y de ofrenda vivirá hasta el 25 de diciembre de 1698, cuando la Santa entra en otro período de su ascensión espiritual: la del puro padecer. Desde esa fecha el Diario no contiene ya descripciones de padecimientos externos asumidos por Verónica. Todo resultará como interiorizado: el padecer estará reservado a las facultades más íntimas del alma, como si fuera una purificación del mismo dolor.
Pero su corazón registrará todavía aventuras de sufrimiento y de amor divino y quedará como sello de la autenticidad de tanto padecer. Tal como ella lo había descrito - y aun dibujado - en el Diario, su corazón, en el examen necroscópico llevado a cabo a raíz de su muerte, presentará misteriosas figuraciones. Son las que reproducen los instrumentos de la Pasión de Jesús: la cruz, la lanza, las tenazas, el martillo, los clavos, los azotes, la columna de la flagelación, las siete espadas de la Virgen y algunas letras que significan las virtudes. Su vida resumida en el corazón.

Acontecimientos exteriores
Al mismo tiempo que el Señor la conduce por el surco profundo del dolor y del amor, se entrelazan en la vida religiosa de Verónica varios sucesos, que sin embargo quedan en un segundo plano frente a su camino interior, si bien muchas veces coinciden con las cruces que el Señor concede a su esposa.
Verónica será maestra de novicias varias veces. Pero ella misma deberá estar sometida a otros y será guiada con firmeza y austeridad no comunes por sacerdotes, confesores y obispos, que la pondrán a dura prueba. Su propia superiora y el mismo Santo Oficio la harán pasar por repetidas y prolongadas humillaciones: segregación por muchos días en la enfermería, prohibición de ir al locutorio, exámenes y controles.
Sólo el 7 de marzo de 1716 el Santo Oficio revoca para ella la prohibición de ser elegida abadesa. Un mes después es elegida superiora por toda la comunidad. Bajo su gobierno el Señor bendice la casa y la llena de vocaciones. Se preocupará entonces de hacer construir una nueva ala del monasterio y de aliviar la fatiga cotidiana de las monjas realizando una conducción de tubos de plomo para hacer llegar el agua al interior de la casa.
Pero estos hechos se pierden ante la admirable aventura del espíritu. Su vocación es otra: el amor a Dios para expiar el desamor de los hombres.
Al término de su aventura espiritual llegará a pedir al Señor "no morir, sino padecer", repitiendo, por lo que hace al sufrimiento un nuevo estribillo: "más, más y más", segura de este camino: el del Amor Redentor.

EL CAMINO ESPIRITUAL DE VERÓNICA

El Diario: mina del Espíritu
El Diario, que Verónica nos ha dejado y en el que, por voluntad de sus confesores y superiores, nos ha descrito sus variadas experiencias místicas, está -compuesto por veintidós mil páginas manuscritas. Es una riqueza espiritual inagotable para las almas ganosas de conocer el camino de Dios.
Los santos son como senderos luminosos en el firmamento de la Iglesia; a través de ellos Dios nos indica cómo hemos de subir hasta El.
La vida cristiana alcanza su vértice en la unión con Dios. El itinerario místico, resultado de experiencias extraordinarias - a través de las cuales pasó santa Verónica - coincide de hecho con el progreso en la santidad a la cual todos estamos llamados. La perfección cristiana consiste esencialmente en la experiencia del Amor divino. El crecimiento del amor - aun el que deriva de particulares gracias de carácter místico -, si conduce al progreso efectivo de las virtudes teologales y morales, conduce a la meta común de la santidad.
Es poco menos que imposible, tratándose de Verónica, compendiar la experiencia riquísima sea de los hechos místicos vividos por ella, sea del progreso en el itinerario de las virtudes realizado en una vida espiritual de tanta intensidad, Sin embargo no podemos dejar de poner en resalto las únicas esenciales, para poder captar la admirable enseñanza, dada por Dios en beneficio nuestro por medio de ella.

La meta: llegar a ser esposa de Jesús
En el lenguaje de la perfección cristiana se emplean las expresiones más delicadas del amor humano para entender algo del amor divino.
El amor lleva al desposorio. Así ocurre con el alma. Verónica vive esta realidad espiritual del comienzo al fin de su vida.
Jesús se enamora de esta criatura, la mira con afecto, la atrae a sí y la quiere esposa suya. Se lo viene diciendo desde que tenía tres años. Con ella entabla coloquios y correspondencia, para ella expresa invitaciones y promesas, a ella va con visitas y dones.
La Santa afirma refiriéndose al periodo de su adolescencia en la familia: "Pocas veces salía de la oración sin que el Señor me dijese internamente que había de ser su esposa". Ella misma, siendo tan joven, no intuía todo lo que el Señor deseaba en seguida de ella, por lo cual le respondía con ingenuidad: "Dios mío, habéis de tener paciencia, a su tiempo tendréis todo. Entonces veréis que digo la verdad".
El momento culminante para estas promesas de amor, en su tempranísima edad, fue aquel en que recibió por primera vez la Eucaristía. Escribe: "En la primera Comunión me parece que el Señor me hizo entender que yo debía ser su esposa. Experimenté un no sé qué de particular; quedé como fuera de mí, pero no entendí nada. Pensaba que en la Comunión sucedía siempre así. Al recibir aquella santísima Hostia me pareció que entraba en mi corazón un fuego. Me sentía quemar". El día de la primera Comunión! Es el 2 de febrero de 1670. La pequeña tiene solo diez años, pero siente que su amor a Jesús se debe expresar en una ofrenda total, Es un lenguaje ya maduro y fuerte: "Señor, no tardéis más: ¡crucificadme con Vos! ¡Dadme vuestras espinas, vuestros clavos: aquí tenéis mis manos, mis pies y mi corazón! ¡Heridme, oh Señor! "

Del desposorio místico a la divinización
Todo esto se realizará. Jesús la irá conduciendo, por experiencias extraordinarias, hasta el desposorio místico, hasta la transformación y la divinización. La ascensión estará modulada por fases espirituales que los teólogos han llamado de unión suave, de unión árida y de unión activa. Mientras tanto un raudal de dones y carismas se derrama sobre ella en cada momento.
Un mensaje importante para todos. El Señor parece decir, a través de la experiencia espiritual de Verónica, que la vida de gracia es "naturalmente" todo esto, si bien misteriosamente oculto en las almas de sus fieles. Pero lo que causa maravilla es que en Verónica la realidad divina es evidente, es manifiesta, casi sin velos.

Gracias, dones y carismas
Jesús atrae a sí a Verónica y transforma, adapta y plasma su íntima constitución interior: le da un "corazón amoroso" y un "corazón herido", la hace arrimarse a su costado para darle a beber de la fuente de su Corazón divino, le comunica un plan ascético de vida y la perfecciona aun en el nombre: "Verónica de Jesús y de María".
Verónica debe beber también el "cáliz amargo"; Jesús le clava cinco dardos en el corazón junto con los instrumentos de la Pasión.
La Virgen es intermediaria de tales gracias y la reconoce como "discípula". Por intermedio de María santísima Verónica hace su consagración a Jesús. Los tres corazones - de Jesús, de María y de Verónica -se funden en uno.
En un alternarse divino de purificación y de gracias la Santa ve añadirse en su corazón otras sena les, como las llamas del Amor de Dios, el sello "Fuente de gracias" y las letras VFO que corresponden a la virtudes de la Voluntad de Dios, de la Fidelidad y de la Obediencia.
Verónica, además, saboreará dos misterioso cálices: uno con la sangre de Cristo, el otro con las lágrimas de María. Revivirá, por mandato de su confesor, la Pasión de Jesús reproducida en cada uno de los tormentos.
Pero el Señor la sostiene y la conforta. Nos place mencionar aquí también alguna gracia especial con la que se siente confortada: la Virgen le concede la ayuda constante de un segundo ángel de la guarda y la consuela con una peregrinación - ¡en visión! - al santuario de la Santa Casa de Loreto.
La vida divina fluye en su alma. Se le concede la que Verónica llama "la gracia de las tres gracias":unión, transformación y desposorio celeste. Es una gracia que, desde 1714, recibe cada vez que se acerca a la sagrada Comunión y diviniza cada vez más su espíritu.
Es ya la "Verónica de la voluntad de Dios. Hija y profesa de María santísima".

La Virgen María en la vida espiritual de santa VerónicaA medida que Verónica avanza en el camino de la perfección, aumenta también la presencia de la Madre de Dios hasta el punto de sustituir casi la de Jesús. La Virgen santa la atrae a la propia vida, a fin de que, identificada con ella, pueda conducirla a su divino Hijo y a la adoración de la santísima Trinidad. Cada día con mayor frecuencia Verónica se siente confirmada - y lo registra en su Diario - "hija del Padre, esposa del Verbo y discípula del Espíritu Santo".
Se puede hablar de un "camino mariano" de santa Verónica. Y es ésta tal vez la tonalidad más destacada, mientras sube a las cimas de la perfección. Esta presencia central de María santísima tuvo comienzo en el año 1700, cuando la "querida Mamá" le ofrecía suave refugio en su regazo acogedor: la sostenía en las pruebas y le prodigaba su guía segura y su luminoso magisterio. Es introducida primero como "discípula" y después como "novicia de María". Se funde con su corazón.
El 21 de noviembre de 1708 Verónica se ofrece con un solemne acto de donación a María y se declara su "sierva". Esto equivale a la total consagración mariana. A partir de aquel momento se desarrolla rápidamente un proceso de Profunda identificación entre María y su hija espiritual Verónica.
Desde 1715 las gracias de unión mística son experimentadas a través de la compenetración con el alma de María.
A partir del 14 de agosto de 1720 Verónica comienza a escribir bajo el dictado de la Virgen. María vive con ella el presente: es la verdadera guía del monasterio. Le dice: "Hija, estate tranquila. Yo soy la superiora y corre por mi cuenta el necesario sustento para ti y para tus hermanas. Es mi oficio; tú no tienes que preocuparte de nada".
Y Verónica va constatando cosas admirables. La «nueva superiora" la sustituye hasta en el guiar el capítulo de las hermanas. Escribe la Santa: "Cada viernes yo me postro a los pies de María santísima, le pido que tenga a bien guiarme y enseñarme lo que tengo que decir a cada hermana, y siempre experimento su ayuda especial. Paréceme que María santísima está allí personalmente como superiora y que yo voy diciendo, de parte suya, todo cuanto me dicta ella. Pero hoy ha sucedido algo insólito: apenas comenzado el capítulo, me he encontrado fuera de los sentidos, de modo sin embargo que nadie ha podido darse cuenta, porque ha sido entre mí y Dios...
Al terminar me he dado cuenta de que había hecho el capítulo. ¡Sea todo a gloria de Dios y de María santísima! Ella ha dicho y hecho todo".

Identificada con María santísimaLas paginas de Verónica que se refieren a los aspectos marianos de su vida son de las más bellas y significativas por lo que hace al camino espiritual de ella y de todo cristiano. Contienen doctrina y práctica luminosa y se imponen a la atención de cualquiera que reconozca la importancia de la consagración a la Virgen como medio de la más alta perfección,
Escribe: "Paréceme que, en ese momento, la santísima Virgen se ha transformado a sí misma en mí; pero para hacer entender esto no hallo modo de declararlo, ya que mi alma se ha hecho una misma cosa con María santísima, del modo que yo experimento cuando recibo la gracia de la transformación de Dios con el alma y del alma en Dios".
La Virgen la llama afectuosamente "corazón de mi corazón" y, mediante ella, adora a la santísima Trinidad. Nuevamente se inclina sobre los pliegos del Diario y apunta: "Me ha venido el recogimiento con la visión de María santísima. Me he comportado como suelo; y ella me ha hecho hacer aquella adoración a la santísima Trinidad. Entonces han venido tres rayos, con tres dardos, a este corazón. Me ha parecido que las tres divinas Personas, en señal de amor, han confirmado lo que tantas veces han tenido a bien hacerme comprender. María santísima me ha dicho: "El Padre eterno te confirma por hija, el Verbo eterno por esposa suya, el Espíritu Santo por discípula suya". Y, mientras tanto, los tres dardos que estaban en el corazón han ido derechos al corazón de María santísima y del corazón de María santísima ha venido uno a este corazón, el cual lanzaba el mismo corazón al corazón de ella. Aquellos tres dardos luego semejaban centellas, y ya volvían a este corazón ya al de la santísima Virgen.
Aquí he experimentado un no sé qué de nuevo: me parecía que mi alma y este corazón eran una misma cosa con María santísima".
Por medio de la Madre de Dios se le comunican gracias cada vez más especiales. Se lo recuerda la misma Virgen: "Y de nuevo, en el momento en que ha venido a ti el Dios sacramentado, el alma de mi alma (Verónica) ha quedado identificada con la voluntad de Dios y mía, porque en ese momento ha comenzado un modo de obediencia más exacta: es que yo he hecho participar al alma de mi alma mi misma obediencia.
Así es como la Virgen le comunica sus virtudes. Entre éstas resplandece la pureza. "Mi corazón y mi alma hicieron sentir penetrantemente en el corazón de mi corazón (Verónica) el valor de mi pureza. Hija, haz aprecio de esta gracia, que es tan agradable a Dios. El alma sencilla y pura atrae la mirada de Dios, El la llena de sus divinas gracias y dones. Hija, la mirada divina santifica y vivifica a las almas inocentes y puras". Así en todas las virtudes: "Te hice participar del mérito de todas las virtudes que había ejercitado yo y con ellas te presenté a Dios".
En la cima se halla siempre la caridad, el amor. Sólo éste crea y renueva. Y la Virgen le dice que le "renovó todo el corazón por medio de un rayo de amor que te comunicó mi corazón". Por ese camino el alma de Verónica viene a ser confirmada y "elegida
entre los elegidos", comenzando el "anticipado paraíso" para quedar unida siempre en el "Espíritu Santo Amor".

Un compendio de tantas graciasPara gozar con las maravillas que Dios obró en santa Verónica Giuliani, leamos todavía una página de su Diario escrita en 1701. Verónica viviría aún muchos años - moriría en 1727 -, ¡pero ya el Señor la había colmado de tantas gracias!
"En un instante se me dio luz clara sobre todas las gracias particulares que Dios ha concedido a mi alma. Han sido tantas, tantas, que no me es posible decir el número. Sólo diré lo que comprendí en particular. Me hizo, comprender queme había renovado 500 veces el dolor del corazón y me había renovado en él muchas veces la herida; que, al mismo tiempo, me había concedido la gracia particular de darme el dolor de mis pecados, añadiendo el conocimiento de mí misma y de las propias culpas y haciéndome comprender toda clase de virtudes y el modo como había de ejercitarlas; que me había concedido tantísimas luces y amaestramientos: sería cosa de nunca acabar si quisiera referirlos todos.
Hízome comprender también que había renovado 60 veces el desposorio con mi alma; que me había hecho experimentar 33 veces, de manera especial, su santísima Pasión y, comprender penas que sólo son conocidas de las almas más queridas de El; que se me había hecho ver 20 , veces todo llagado y ensangrentado, y que me pedía que siguiese su santa voluntad; pero yo hacía todo lo opuesto. ¡OH Dios! ¡Qué confusión era la mía en ese momento! No puedo con la pluma decir nada de lo que yo experimentaba mientras me era manifestada cada cosa al detalle.
Tres veces me había dado un tiernísimo abrazo desclavando su brazo de la cruz y haciéndome llegar a su costado; 5 veces me había dado a gustar el licor .que salía de su costado; 15 veces había lavado de modo especial mi corazón en su preciosa sangre, que manaba en forma de rayo de su costado y se dirigía a mi corazón; 12 veces me lo había sacado, haciéndome la gracia de purificarlo y de quitar de él toda suciedad, la podredumbre de las imperfecciones y los residuos de mis pecados; 9 veces me había hecho acercar la boca a la llaga de su santísimo costado; 200 veces había dado tiernísimos abrazos a mi alma, de modo especial, sin contar los demás que me da continua- y 100 heridas había hecho a mi corazón de mente, modo secreto.
Basta con lo dicho. No tiene número todo cuanto Dios ha obrado en esta alma ingrata. Me hizo entender todas estas cosas en un momento; y, de un modo que no sé referir, me renovó todo asignándome sus santos méritos, su pasión, todas sus obras, en satisfacción por haber correspondido mal a todas esas cosas. De nuevo me hizo saber que me había perdonado todas mis culpas, pero que ahora debo ser toda suya. En ese momento me concedió el dolor de mis pecados. En el acto de dolor volví en mí, más muerta que viva. Me duró el dolor por poco tiempo y me sentía como expirar. Me parece que todo esto que tuve después de la comunión, sobre las gracias y los dones concedidos por Dios a mi alma, fue un nuevo juicio; y por esto comprendí el número de cada uno más en particular y su especie. ¡Sea todo a gloria de Dios! "

"El Amor se ha dejado hallar"
Acompañada en el camino de la perfección por la presencia continua de la Virgen, que la llama "corazón de mi corazón" y "alma de mi alma", Verónica transcurre los últimos años de su vida en unión constante con Dios. Declara ella misma: "Cuando Dios me concede las dos gracias de la unión y de la transformación, éstas son las mismas que gozan las almas bienaventuradas allá en el paraíso. Gozan de Dios en Dios; y es un continuo convite de amor con amor".
Verónica recibe el don de ser confirmada en la gracia santificante, por lo que repite llena de gozo: " ¡Eternamente! ¡eternamente!". Puede afirmar: "El amor ha vencido y el mismo amor ha quedado vencido".
Es ya el paraíso. Pero es preciso dejar esta vida, es preciso poner punto final. La Virgen, que en los últimos años le ha dictado el Diario, le sugiere estas simpáticas palabras que ella transcribe fielmente; "Pon punto". Es el 25 de marzo de 1727, fiesta de la Anunciación del Señor.
El 6 de junio, en el momento de la santa Comunión, Verónica sufre un ataque de hemiplejia. Desde entonces transcurren treinta y tres días de un triple purgatorio: dolores físicos, sufrimientos morales y tentaciones diabólicas, como lo había predicho.
Al alba del 9 de julio, recibida la obediencia de su confesor para poder dejar este mundo, vuela al encuentro con Dios.
" ¡El Amor se ha dejado hallar! " Son sus últimas palabras dichas a sus hermanas. Así terminó su padecer por amor y comenzó su paraíso.
La Iglesia la declaró Beata en 1804 y Santa en 1839. Hoy quien ha tenido la gracia de conocer de cerca a santa Verónica Giuliani - a través de la lectura del Diario, de las Relaciones y de las Cartas - abriga la esperanza de que en la Iglesia se le reconozca, además de la santidad, ese magisterio espiritual que resuma de todos sus escritos y se halla confirmado por una excepcional vida mística.
Verónica figura de hecho entre los grandes maestros de la perfección que iluminan y guían al pueblo cristiano.

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