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viernes, 9 de septiembre de 2022

PADRE PÍO Y LAS ALMAS DEL PURGATORIO

 

Padre Pío tuvo muchas experiencias místicas a lo largo de su vida y desde niño comenzó a tener apariciones. Veía a su ángel de la guarda, hablaba con él y pensaba que los demás niños también podían verlo. Para él era su compañero fiel. También se le aparecía la Virgen María, San José, el niño Jesús, y hasta el mismísimo diablo. Sin embargo, fueron las almas del purgatorio las que recurrían a él con frecuencia para pedirle auxilio.

Gerardo De Caro, hijo espiritual de Padre Pío y diputado del Parlamento italiano, conoció al fraile estigmatizado en 1943 y tuvo largas conversaciones con él. Hombre de cultura, de fe, de oración, honesto y coherente, escribió sobre el fraile capuchino: “Padre Pío tenía un conocimiento exacto del estado de un alma después de su muerte, incluyendo la duración del dolor hasta que llegaba a la purificación total”. Padre Pío sabía cuánto sufría un alma en el purgatorio y por eso inculcaba a sus hijos espirituales el amor por estas almas.

Una noche de invierno, Padre Pío estaba junto a la chimenea rezando, absorto en la oración, y de repente vio a un hombre anciano sentado a su lado, ataviado con una capa antigua y rota. Se quedó pensando por dónde habría entrado ese hombre, ya que todas las puertas del convento estaban cerradas a esa hora. Entonces, le preguntó:
– “¿Quién eres?, ¿qué quieres?”
– “Padre, soy Pietro Di Mauro, hijo de Nicolás, apodado `precoco´. Morí en este convento el 18 de septiembre de 1908, en la celda número 4. En aquel entonces esto era un asilo para personas pobres. 

Una noche, mientras estaba en la cama, me quedé dormido con un cigarro encendido. El colchón ardió y yo me asfixié y me quemé. Todavía estoy en el purgatorio y necesito una Santa Misa para poder salir de aquí. Dios ha permitido que venga a pedirle ayuda.”
Padre Pío, entonces, consoló a esta alma haciéndole saber que celebraría la Misa por su liberación al día siguiente. Y así lo hizo.

A los pocos días contó esta historia al padre Paulino y los dos decidieron comprobar si este hombre había existido realmente en la ciudad. Efectivamente, las estadísticas del pueblo recogían la historia de un hombre muerto por asfixia en un incendio, producido en el asilo para pobres que estaba donde ahora se encontraba el convento de San Giovanni Rotondo.

En otra ocasión, Padre Pío se encontraba en el coro de la iglesia rezando y empezó a oír unos sonidos extraños. Escuchó pasos, y parecía que había alguien limpiando los candelabros de la iglesia y moviendo los jarrones del altar. Entonces gritó: “¿Quién anda ahí?”, pero nadie contestó. Volvió de nuevo a la oración, y a los pocos minutos oyó otra vez el ruido. Entonces se acercó al altar y se encontró con un fraile desempolvando los objetos que allí estaban. Pensó que quizá era el padre Leone y le dijo: “Padre Leone, es hora de cenar, no de limpiar el altar”.
– “Yo no soy el padre Leone, le contestó el fraile”
–  “Entonces, ¿quién eres?, le preguntó Padre Pío.
–  “Soy un fraile que hizo el noviciado aquí, y durante ese año mi misión era limpiar el altar y ordenarlo todo en este lugar. En todo ese noviciado no reverencié a Jesús Sacramentado como debería haberlo hecho, mientras pasaba por delante del altar. Por ese serio descuido todavía estoy en el purgatorio. Ahora, Dios me ha enviado aquí para que usted decida el tiempo que aún debo permanecer en este lugar”.

Padre Pío, que quiso ser generoso con esa alma, le contestó: “mañana por la mañana, cuando celebre la Santa Misa, estarás en el Paraíso”. El alma de ese fraile desapareció llorando.
Padre Pío, después de unos minutos, lloró también. “Qué cruel he sido -pensó-, podría haber enviado a esta alma al Paraíso esta misma noche, sin embargo, la he condenado a vivir en el purgatorio una noche más”.

Los espíritus difuntos iban a San Giovanni Rotondo a pedir ayuda al Padre Pío, entonces él rezaba por ellos, ofrecía misas e incluso su propio sufrimiento para que estas almas quedaran liberadas del purgatorio. Más tarde, regresaban agradecidas avisándole de que ya se encontraban en el Paraíso.
Un hermano de fraternidad de Padre Pío contó en cierta ocasión la siguiente anécdota: “Estábamos todos en el comedor cuando el Padre Pío se dirigió a la puerta del convento, la abrió y comenzó a tener una conversación. Los dos hermanos que le acompañaron no vieron a nadie. Al volver al comedor, Padre Pío explicó: `No se preocupen, estaba hablando con algunas almas en su camino del purgatorio al Paraíso, han venido a agradecerme que les recordara hoy en la misa´”.

En otra ocasión, alguien le preguntó a Padre Pío si sufría como las almas del purgatorio. Él respondió: “Sí, las almas del purgatorio no sufren más que yo. Estoy seguro de que no me equivoco en esto”.
Padre Pío tenía una familiaridad especial con estas almas, era tal el conocimiento que tenía de ellas que incluso la gente del pueblo, cuando enterraban a un ser querido, iban a preguntarle al Padre Pío si este difunto estaba en el Paraíso o en el purgatorio.
Un día, una mujer fue al confesionario y le preguntó a Padre Pío por su difunta hermana. Él no le contestó. Tres semanas después volvió, y el fraile le dijo: “Tu hermana ya está en el cielo”.
Algo semejante le sucedió a Cleonice Morcaldi, que era hija espiritual de Padre Pío, cuando falleció su madre.

Cuenta la propia Cleonice: “El 2 de abril de 1937 mi pobre madre, después de tres días de parálisis intestinal, murió dejándome sola […] Un mes después, aproximadamente, el 4 de mayo, el Padre, contento, me dijo después de la confesión: `Eh!, escucha, esta mañana, durante la Misa, tu madre ha volado al Paraíso´. La alegría de saber que mi madre estaba en el cielo calmó el dolor de su ausencia”.
.En 1922, el obispo Alberto Costa preguntó a Padre Pío si alguna vez había visto a un alma en el purgatorio. Padre Pío le respondió: “He visto tantas que ya ni me asustan”. Sin embargo, a los que sí asustaban eran a los hermanos de fraternidad de Padre Pío.

Una noche de 1945, Fray Pedro entró a su celda para descansar y al mirar vio a un joven fraile sentado en su escritorio con la cabeza baja, como si estuviera meditando. Le preguntó quién era y el fraile desapareció. Fray Pedro, aterrorizado, fue a contárselo a Padre Pío. Éste le acompañó de nuevo a su celda contándole: “Ese muchacho es un joven fraile principiante que está cumpliendo su purgatorio en esta celda, pero no se preocupe que no le molestará más ni lo volverá a ver de nuevo”.“Más almas de los muertos del purgatorio que de los vivos suben estas montañas cada día para asistir a mis misas y buscar mis oraciones”, sentenció Padre Pío en cierta ocasión.


viernes, 2 de septiembre de 2022

El padre Pio y la Eucaristía

 



No es fácil reseñar los efectos de la comunión en el padre Pío, dejemos que sea el quien los manifieste.

“…Lo que mas me atormenta, padre mío, es el pensamiento de Jesús sacramentado. El corazón se siente atraído por una fuerza superior antes de unirse a El en la mañana en el sacramento. Antes de recibirlo, tengo tal hambre y tal sed de El, que poco falta para que no muera de deseo…Y esta hambre y esta sed, lejos de apagarse después de haberlo recibido en el sacramento, crece cada vez mas. Cuando ya tengo en mí este sumo bien, entonces si que la dulzura es tan completa que poco me falta para no decir a Jesús : basta, que no puedo ya más. Casi me olvido de estar en este mundo; la mente y el corazón ya no desean ninguna otra cosa y esto, a veces, por mucho tiempo” ( Epist.I,217)


Adoración al Santísimo Sacramento

El padre Pío, a los pies del altar, dirigía la “Visita a Jesús Sacramentado” e impartía la bendición con el Santísimo. Se conmovía tan profundamente que llegaba incluso a las lagrimas; y lo que pasaba en su interior podemos descubrirlo en estas palabras que escribió al padre Agustín el 3 de diciembre de 1912: “ A veces me pregunto si es posible que haya almas que no sientan abrasar de amor divino cuando se encuentras ante Jesé Sacramentado. Esto a mi me parece imposible, si sobre todo se trata de sacerdotes o de religiosos”( Epist.I,317)

Por si fuera poco, el 21 de marzo de 1912, el Padre Pío confiaba al padre Agustín: “Ayer en la festividad de San José, solo Dios sabe las dulzuras que experimente sobre todo después de la misa, tan intensas que las siento todavía en mi. La cabeza y el corazón me ardían, pero era un fuego que me hacia bien. La boca sentía toda la dulzura de aquellas carnes inmaculadas del hijo de Dios (…) Como me colma de gozo Jesús! ¡Que suave es su espíritu! Pero yo me aturdo y no se hacer otra cosa que llorar y repetir. ¡Jesús, alimento mío! (Epist.I,266)

A Maria Gargani  escribió en Julio de 1917: “Yo pienso que la santísima eucaristía es el gran medio para aspirar a la santa perfección; pero es preciso recibirla con el deseo y con el compromiso de eliminar del corazón todo lo que desagrada a quien queremos recibir” (Epist.III,282)

De la sinceridad con la que el padre Pío invitaba a la visita y a la adoración al Santísimo dan fe estas palabras sacadas de la carta que dirigió a Asunta di Tomaso el 4 de enero de 1922:”Vuela en espíritu al sagrario, cuando no puedes ir en persona; y allí expresa tus ardientes deseos y habla y pide y abraza al Amado de las almas, mejor que si te concediese recibirlo sacramentalmente.” ( Epist.III,448)

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